26ª semana del tiempo ordinario

Fiesta o memoria de san Francisco de Borja, presbítero

  3 DE OCTUBRE DE 2019

Neh 8,1-12; Sal 19,8-11; Lc 10,1-12

 

Los libros de Esdras y Nehemías proponen, en una epopeya religiosa y de fe, lo más destacado de la reconstrucción de la comunidad del pueblo de Dios en la antigua tierra de sus padres después del exilio en Babilonia. Entre las dificultades y los sufrimientos, se cumple el plan del Señor, ya anunciado en Is 55,12-13 y acontecido a través de las decisiones de un rey pagano, Ciro de los Aqueménidas de Persia: según 2Cro 36,22-23 y Esd 1,1-4, la política de Ciro hacia la minoría étnico-religiosa judía debe ser entendida como expresión de un oráculo del Señor mismo. Sin embargo, el regreso de una parte de los exiliados no se configura a través una epopeya de felicidad barata. El plan del Señor se va cumpliendo por medio de las caravanas de exiliados que regresan a la tierra de sus padres, en una «his- toria sagrada» que tiene su modelo en el éxodo de Egipto hasta el ingreso en la tierra prometida (cf Neh 8,17). En el libro de Nehemías, los trabajos de reconstrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén, encuentran su cumplimiento en la consolidación de la comunidad de acuerdo con las instrucciones de la ley (cf Neh 8,1-10,40), en la amplia participación de los miembros de la comunidad (cf Neh 11,1; 12,26), en la fiesta de la de- dicación de la «casa de Dios» (cf Neh 12.27; 13,3) y en las pruebas de los compromisos asumidos (cf Neh 13,4.31).

La solemne celebración de la liturgia de la palabra para la fiesta de los tabernáculos representa una fase decisiva en la reconstrucción de la comuni- dad cultual en la tierra de los padres. En el primer día de la fiesta, la liturgia de la palabra se lleva a cabo al aire libre (cf Neh 8,1-2), porque toda la tierra de los padres es lugar sagrado, especialmente la ciudad de Jerusalén, y la Torá es también más grande que el templo y sus sacrificios. Esdras, sacerdote y escriba, debe ser visto y oído por todos mientras proclama la ley de Moisés (cf Neh 8,4), mientras que otro grupo de personas, y los levitas tienen la tarea de leer algunos fragmentos de la ley y explicar su significado al pue- blo (cf Neh 8,7-8). Las tradiciones judías posteriores han interpretado el significado del verbo «explicar», junto al verbo «leer» el texto bíblico, como el comienzo de la tradición de parafrasear en arameo –la más conocida por los exiliados retornados de Babilonia– el texto bíblico leído en hebreo, o como el comienzo del comentario (midrash) del texto sagrado, que trata de buscar al Señor a través de su palabra. La verdadera comprensión de la palabra del Señor provoca las lágrimas (cf Neh 8,9.11), una señal de arre- pentimiento verdadero, sobre todo por la conciencia de haber violado la santidad del Señor mismo, de haber despreciado su amor y su misericordia de acuerdo con el lenguaje profético. Por un regalo del Señor, la Palabra ha llegado al corazón de todos y por lo tanto está impulsando a las personas hacia el camino de la conversión. Por lo tanto, la celebración litúrgica se convierte en un icono para cada generación de creyentes, mucho más allá del mero evento histórico original. El dolor y las lágrimas se transforman en la alegría de la palabra del Señor redescubierta (cf Neh 8,9); aquellos que han explicado la palabra del Señor a la gente pueden y deben ayudar a transformar el arrepentimiento en alegría (cf Neh 8,11). De acuerdo con la tradición de Dt 16,13-14, con motivo de la fiesta de la cosecha, que se ha convertido en la fiesta de los tabernáculos en recuerdo del camino por el desierto durante el Éxodo, recomendaba que parte de la cosecha fuese destinada a los pobres de la comunidad. Es el propio gobernador Nehe- mías, durante la liturgia, quien da la indicación concreta de compartir el banquete festivo con aquellos que no tienen nada preparado (cf Neh 8,10). Compartir, como un signo de comunión de la fiesta, es fuente de alegría y atestigua que la palabra del Señor se ha entendido con la mente, el corazón y la vida (cf Neh 8,12).

La llamada de Jesús a los setenta o setenta y dos discípulos, que repre- sentan a cada una de las doce tribus del Israel de Dios, tiene lugar después de la de los Doce (cf Lc 9,1-6). Ambas misiones queridas por Jesús son subsidiarias y preparatorias para su pasaje personal. La preparación para la misión consiste en pertenecer a la comunidad de los discípulos de Jesús en el sentido más amplio del término, incluso entre los no judíos; es la misma persona de Jesús que se eleva a Palabra de Dios, análogamente al papel asumido por la ley de Moisés (cf Neh 8,1) en la comunidad de los supervivientes en el tiempo de Esdras y Nehemías. En la comunidad original de sus discípulos, Jesús mismo comienza a explicar las Escrituras como un Evangelio (cf Lc 24,44-48), ya que la función de una lectura de las Escrituras, explicada y entendida, es esencial en la comunidad de los discípulos de Jesús (cf Lc 24,25-35).

Al encomendar a los discípulos la misión de proclamar «el reino de Dios», Jesús precisa también las modalidades de la misión misma: equi- pamiento y praxis (cf Lc 10,1-11). Se reconocen las características cir- cunstanciales, en parte concernientes a la cultura judeo-palestina de la época, como la valorización del «protocolo de la hospitalidad» (cf Lc 10,4-7; cf Gén 18,1-8), pero también la urgencia y la prioridad abso- luta de la misión con respecto a la cultura de la época (cf Lc 10,4). Es un anuncio de paz (cf Lc 10,5; 24,36), confortado por gestos a favor tanto de los evangelizadores como de los evangelizados (cf Lc 10,8-9a) y que tiene como objeto la proximidad del «reino de Dios» (Lc 10,9b): la llegada del Señor Jesús, su pasaje (cf Lc 10,1). Así sucedió entonces en el mundo palestino, y siempre es así en todas partes del mundo y en todo momento. Es una práctica misionera amplia, no a gran escala (cf Lc 10,2), expuesta a peligros (cf Lc 10,3). También las instrucciones de Jesús sobre el comportamiento que han de tener los discípulos en el caso del rechazo de la hospitalidad, así como la proclamación del «reino de Dios», se basan en la prioridad de la misión (cf Lc 10,10-11), práctica que también Pablo y Bernabé adoptarán frente a la oposición de la comunidad judía (cf He 13,44-51).

Jesús pretende tranquilizar a sus misioneros afirmando que cuando les rechacen no debe importarles, sino que deben confiarlo totalmente al Señor (cf Lc 10,12). El rechazo y la persecución de Jesús y por Jesús pueden llegar incluso a convertirse en oportunidades de configuración de discípulos misioneros en la Pascua de su Maestro, donde el mensaje anunciado, el Reino proclamado, su persona divina y humana y su destino como Mesías y salvador se convierten en una única preocupación: hacer la voluntad del Padre para la salvación del mundo. El juicio de salvación de las ciudades a las cuales se lleva el anuncio de la proximidad salvadora de la Pascua de Jesucristo, el reino de Dios alcanzado en la persona de Hijo, sigue siendo propiedad divina del Padre. A nadie se le permite anticipar la condena y la condenación (cf Mt 13,24-43): a los discípulos misioneros se les pide que se inflamen de la misma pasión y del amor por el mundo para que todos se salven, que vayan a buscar a los hombres y mujeres de todas las generaciones, de todos los lugares y ciudades para que nadie se pierda el anuncio del Evangelio de la salvación.