Redacción: CCL.

Se repite en los salmos “Cantad al Señor un cántico nuevo”. ¿Pero cómo cantar en la opresiva  Babilonia? “¿Cómo cantar en tierra extraña?”… se cuestionaban con lágrimas los hebreros deportados, exiliados, lejos de su tierra.

Quizás es la misma pregunta dolorosa o desanimada de muchos artistas cristianos en el ambiente contemporáneo. Tantas expresiones de la tristeza, de la fealdad, de la inmoralidad, de la inconsistencia de este tiempo. Tanto hastío hecho canción, cine o teatro… ¿Cómo hacer arte si “la luz del mundo se apaga”?… podríamos decir parafraseando un poco a san Romano el Melódico.

Muchos artistas sienten hoy un desánimo para expresarse libremente en un ambiente hostil a la positividad de la vida, implícita en el mensaje cristiano. Hasta el dolor lo vivimos con una pregunta diferente los que hemos sido “tocados por la gracias” y el sabor de la vida con la “sal de la tierra” que hemos hallado en Cristo les resulta indigerible a los nihilistas que, en su mundo de opio sin Dios, simplemente se dejan llevar, se premian, se autoreferencian en círculos concéntricos y producen una lejanía, quizás muy inconscientemente con los referentes cristianos…

¿Qué podríamos hacer nosotros para cantar al Señor un cántico nuevo en estas condiciones culturales adversas?… Parecería que solo suspirar y mirar en silencio el cielo estrellado que inspira el corazón, o ignorar la naturaleza, o despegarnos de nuestra herencia para siempre… Pero esto es imposible.

Porque la belleza es esplendor de la verdad y esta habita en nuestra casa, en nuestro corazón, gratuitamente, tiernamente, como un niño dulce se acurruca en un humilde pesebre…

Justamente, de san Romano el Melódico, un hebreo convertido al cristianismo en los primeros siglos y de gran cultura, y que logró traducir la teología en poesía en el culto ambiente bizantino, quisiera hacer presentes tres expresiones contemporáneas que quizás puedan darnos claves para recobrar ánimo y manifestar al mundo lo que nos es propio, aunque no exclusivo: la belleza que resplandece en la verdad de la vida.

Primero, una canción que compusiera Kiko Argüello, el fundador del Camino Neocatecumenal, hace unos años y entregara a los jóvenes de las comunidades reunidos en Cracovia con el Papa, poniendo música a uno de los famosos poemas de san Romano sobre la Virgen. Kiko, quien también es un artista, de alguna manera desafía el status quo en materia de arte y a la vez emplea este medio tan humano para expresar sin complejos la respuesta de Cristo a lo que la conciencia del mundo calla: el sentido de la vida y del dolor. El compositor español, quien también ha escrito una sinfonía dedicada al sufrimiento de los inocentes entre centenares de canciones, lo hace apoyado –como siempre ha sido en la Iglesia universal- en la herencia cultural preciosa del pueblo cristiano…

Segundo, la hermosa catequesis que sobre este santo y la posibilidad de hacer arte para expresar con belleza el resplandor de la verdad, del tesoro, que guardamos los cristianos en vasos de barro, hiciera Benedicto XVI en la audiencia general del miércoles 21 de mayo de 2008.

Abajo, les entregamos el poema y la catequesis para reflexionar en estos días.

Tercero, no olvidemos seguir de cerca el gesto del artista paraguayo Koki Ruiz, quien sorprendiera gratamente a propios y extraños con aquellos preciosos retablos utilizados durante la venida del Papa Francisco al Paraguay, está llevando adelante con la ayuda de todos, la obra en homenaje a la querida Chiquitunga, con los rosarios que entrega la gente voluntariamente…

¿Qué nos queda ante el desánimo y la hostilidad ambiental? Nos queda lo más preciado, nos queda la fe que reflorece en cada época con colorido especial y único.

Y “si la fe es viva, la cultura cristiana no se convierte en algo `pasado`, sino que sigue viva y presente. Y si la fe es viva, también hoy podemos responder al imperativo que siempre se repite en los Salmos: `Cantad al Señor un cántico nuevo`”, como nos lo recordó tan bellamente el sabio Benedicto XVI.

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Romano el Meloda

(Benedicto XVI. Audiencia general. Miércoles 21 de mayo de 2008)

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Queridos hermanos y hermanas:

En la serie de catequesis sobre los Padres de la Iglesia, quiero hablar hoy de una figura poco conocida: Romano el Meloda, que nació en torno al año 490 en Emesa (hoy Homs), en Siria. Teólogo, poeta y compositor, pertenece al gran grupo de teólogos que transformó la teología en poesía. Pensamos en su compatriota, san Efrén de Siria, que vivió doscientos años antes que él. Y pensamos también en teólogos de Occidente, como san Ambrosio, cuyos himnos todavía hoy forman parte de nuestra liturgia y siguen tocando el corazón; o en un teólogo, un pensador muy profundo, como santo Tomás, que nos ha dejado los himnos de la fiesta del Corpus Christi de mañana; pensamos en san Juan de la Cruz y en otros muchos. La fe es amor y por ello crea poesía y crea música. La fe es alegría y por ello crea belleza.

Romano el Meloda es uno de estos, un poeta y compositor teólogo. Aprendió los primeros elementos de la cultura griega y siríaca en su ciudad natal, se trasladó a Berito (Beirut), perfeccionando allí su formación clásica y sus conocimientos retóricos. Ordenado diácono permanente (en torno al año 515), fue predicador en esa ciudad durante tres años. Después se fue a Constantinopla, hacia fines del reino de Anastasio I (alrededor del año 518), y allí se estableció en el monasterio anexo a la iglesia de la Theotókos, Madre de Dios.

Allí tuvo lugar un episodio clave en su vida: el Sinaxario nos informa sobre la aparición de la Madre de Dios en sueños y sobre el don del carisma poético. En efecto, María le pidió que se tragara una hoja enrollada. Al despertar, a la mañana siguiente -era la fiesta de la Navidad-, Romano se puso a declamar desde el ambón: “Hoy la Virgen da a luz al Trascendente” (Himno sobre la Navidad I, Proemio). De este modo, se convirtió en predicador-cantor hasta su muerte (acontecida después del año 555).

Romano ha pasado a la historia como uno de los más representativos autores de himnos litúrgicos. Para los fieles, la homilía era entonces prácticamente la única oportunidad de enseñanza catequética. Así, Romano se presenta como un testigo eminente del sentimiento religioso de su época y también de un modo vivo y original de catequesis. A través de sus composiciones podemos darnos cuenta de la creatividad de esta forma de catequesis, de la creatividad del pensamiento teológico, de la estética y de la himnografía sagrada de aquella época.

El lugar en el que Romano predicaba era un santuario de las afueras de Constantinopla: subía al ambón, colocado en el centro de la iglesia, y se dirigía a la comunidad recurriendo a una escenografía bastante compleja: montaba representaciones en las paredes o ponía iconos sobre el ambón y también utilizaba el recurso del diálogo. Pronunciaba homilías métricas cantadas, llamadas kontákia. Al parecer, el término kontákion, “pequeña vara”, hace referencia al pequeño palo redondo en torno al cual se envolvía el rollo de un manuscrito litúrgico o de otro tipo. Los kontákia que se han conservado con el nombre de Romano son ochenta y nueve, pero la tradición le atribuye mil.

En Romano, cada kontákion se compone de estrofas, por lo general de dieciocho a veinticuatro, con el mismo número de sílabas, estructuradas según el modelo de la primera estrofa (irmo); también los acentos rítmicos de los versos de todas las estrofas siguen el modelo del irmo. Cada estrofa concluye con un estribillo (efimnio), por lo general idéntico, para crear la unidad poética. Además, las iniciales de cada estrofa indican el nombre del autor (acróstico), precedido frecuentemente por el adjetivo “humilde”. El himno se concluye con una oración que hace referencia a los hechos celebrados o evocados. Al terminar la lectura bíblica, Romano cantaba el Proemio, casi siempre en forma de oración o súplica. Así anunciaba el tema de la homilía y explicaba el estribillo que se debía repetir en coro al final de cada estrofa, declamada por él rítmicamente en voz alta.

Un ejemplo significativo es el kontákion con motivo del Viernes de Pasión: se trata de un diálogo entre María y su Hijo, que tiene lugar en el camino de la cruz. María dice:

“¿A dónde vas, hijo? ¿Por qué recorres tan rápidamente el camino de tu vida? / Nunca habría pensado, hijo mío, que te vería en este estado, / y nunca habría podido imaginar que llegarían a este grado de locura los impíos, / poniéndote las manos encima contra toda justicia”. Jesús responde: “¿Por qué lloras, Madre mía? (…). ¿No debería padecer? ¿No debería morir? / Entonces, ¿cómo podría salvar a Adán?”.

El Hijo de María consuela a su Madre, pero le recuerda su papel en la historia de la salvación: “Depón, por tanto, Madre; depón tu dolor: / no está bien que gimas, pues fuiste llamada “llena de gracia”” (María al pie de la cruz, 1-2; 4-5).

Asimismo, en el himno sobre el sacrificio de Abraham, Sara se reserva la decisión sobre la vida de Isaac. Abraham dice: “Cuando Sara escuche, Señor mío, todas tus palabras, / al conocer tu voluntad, me dirá: / “Si quien nos lo ha dado lo vuelve a tomar, ¿por qué nos lo ha dado? / (…) Tú, oh anciano, déjame a mi hijo, / y cuando lo quiera quien te ha llamado, tendrá que decírmelo a mí”” (El sacrificio de Abraham, 7).

Romano no usa el griego bizantino solemne de la corte, sino un griego sencillo, cercano al lenguaje del pueblo. Quiero citar un ejemplo del modo vivo y muy personal como habla del Señor Jesús: lo llama “fuente que no quema y luz contra las tinieblas”, y dice: “Yo me atrevo a tenerte en mis manos como una lámpara, / pues quien lleva un candil entre los hombres es iluminado sin quemarse. / Ilumíname, por tanto, tú que eres Luz inextinguible” (La Presentación o Fiesta del encuentro, 8). La fuerza de convicción de sus predicaciones se fundaba en la gran coherencia que existía entre sus palabras y su vida. En una oración dice: “Haz clara mi lengua, Salvador mío, abre mi boca / y, después de llenarla, traspasa mi corazón para que mi actuar / sea coherente con mis palabras” (Misión de los Apóstoles, 2).

Examinemos ahora algunos de sus temas principales. Un tema fundamental de su predicación es la unidad de la acción de Dios en la historia, la unidad entre la creación y la historia de la salvación, la unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Otro tema importante es la pneumatología, es decir, la doctrina sobre el Espíritu Santo. En la fiesta de Pentecostés subraya la continuidad que existe entre Cristo, que ha ascendido al cielo, y los Apóstoles, es decir, la Iglesia, y exalta su acción misionera en el mundo: “Con la fuerza divina han conquistado a todos los hombres; / han tomado la cruz de Cristo como una pluma, / han utilizado las palabras como redes y con ellas han pescado al mundo, / han usado el Verbo como anzuelo agudo; / para ellos ha servido de cebo / la carne del Soberano del universo” (Pentecostés, 2; 18).

Naturalmente, otro tema central es la cristología. No entra en el problema de los conceptos difíciles de la teología, tan debatidos en aquel tiempo, y que rasgaron la unidad, no sólo entre los teólogos, sino también entre los cristianos en la Iglesia. Predica una cristología sencilla, pero fundamental: la cristología de los grandes Concilios. Pero sobre todo está cerca de la piedad popular —de hecho, los conceptos de los Concilios han surgido de la piedad popular y del conocimiento del corazón cristiano—; así, Romano subraya que Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios, y al ser verdadero hombre-Dios es una sola persona, la síntesis entre creación y Creador: en sus palabras humanas escuchamos la voz del Verbo mismo de Dios. “Cristo era hombre —dice—, pero también Dios; / sin embargo, no estaba dividido en dos: es Uno, hijo de un Padre que es Uno solo” (La Pasión, 19).

Por lo que se refiere a la mariología, agradecido a la Virgen por el don del carisma poético, Romano la recuerda al final de casi todos los himnos y le dedica sus kontákia más hermosos: Natividad, Anunciación, Maternidad divina, Nueva Eva.

Por último, las enseñanzas morales están relacionadas con el juicio final (Las diez vírgenes). Nos lleva hacia ese momento de la verdad de nuestra vida, la comparecencia ante el Juez justo, y por ello exhorta a la conversión haciendo penitencia y ayuno. De modo positivo, el cristiano debe practicar la caridad, la limosna. En dos himnos, Las Bodas de Caná y Las diez vírgenes, pone de relieve el primado de la caridad sobre la continencia. La caridad es la más grande de las virtudes: “Diez vírgenes poseían la virtud de la virginidad intacta, / pero para cinco de ellas el duro ejercicio no dio fruto. / Las otras brillaron con las lámparas del amor a la humanidad, / por eso las invitó el esposo” (Las diez vírgenes).

Los cantos de Romano el Meloda están impregnados de humanidad palpitante, de ardor de fe y de profunda humildad. Este gran poeta y compositor nos recuerda todo el tesoro de la cultura cristiana, nacida de la fe, nacida del corazón que se ha encontrado con Cristo, con el Hijo de Dios. De este contacto del corazón con la Verdad, que es Amor, ha nacido la cultura, toda la gran cultura cristiana. Y si la fe sigue viva, esta herencia cultural no muere, sino que sigue viva y presente. Los iconos siguen hablando hoy al corazón de los creyentes; no son cosas del pasado. Las catedrales no son monumentos medievales, sino casas de vida, donde nos sentimos “en casa”: en ellas encontramos a Dios y nos encontramos los unos con los otros. Tampoco la gran música —el canto gregoriano, o Bach o Mozart— es algo del pasado, sino que vive en la vitalidad de la liturgia y de nuestra fe.

Si la fe es viva, la cultura cristiana no se convierte en algo “pasado”, sino que sigue viva y presente. Y si la fe es viva, también hoy podemos responder al imperativo que siempre se repite en los Salmos: “Cantad al Señor un cántico nuevo”.

Creatividad, innovación, cántico nuevo, cultura nueva y presencia de toda la herencia cultural en la vitalidad de la fe no se excluyen, sino que son una sola realidad: son presencia de la belleza de Dios y de la alegría de ser hijos suyos.

 

Fuente: https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2008/documents/hf_ben-xvi_aud_20080521.html

 

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Madre dolorosa

(Letra de la canción Madre dolorosa de Kiko Argüello, basada en el Himno de san Romano el Melódico)

Como oveja que ve como se llevan

El corderito al matadero

Maria lo seguía consumida de dolor

Y le decía:

–¿Dónde te llevan, hijo mío?

Cómo se acaba tan pronto el pulso de tu vida.

Háblame, no pases de largo sin hablarme.

Hijo mío, hijo mío y Dios mío.

Nunca hubiera podido imaginar

Llegar a verte en este estado.

Nunca hubiera creído

Que llegaran a tal punto de odio y de furor

Apresándote contra toda justicia.

Quisiera comprender, ¡ay de mí!

Cómo es posible que la luz se apague

Cómo es posible que te claven en una cruz.

Hijo mío, hijo mío y Dios mío.

  • ¿Por qué lloras, por qué lloras, Madre mía?

¿Acaso no tengo que sufrir?

¿Acaso no tengo que morir?

Entonces, ¿cómo podré salvar a Adán?

Entonces, ¿cómo podría ver a Eva vuelta a la vida?…

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Kiko Arguello, cantando con los jóvenes en la JMJ Cracovia 2016

Fuente: http://caminoneocatecumenal.net