Queridos hermanos y hermanas:
En el evangelio de hoy domingo (Mc 10, 46-52) escuchamos que, mientras el Señor Jesús pasa por las calles de Jericó, un ciego de nombre Bartimeo se dirige a él gritando fuerte: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Gritos que molesta a los que están ahí, le piden también a gritos que se callara. Pero Bartimeo gritaba más fuerte. Esta escena nos lleva al Salmo 39:13 cuando oramos con el mismo: Escucha mi súplica, Señor Dios, presta oído a mi grito, no te hagas sordo a mis lágrimas. Pues soy un desconocido junto a ti, un huésped como todos mis padres.
Este clamor en lágrimas toca el corazón de Cristo, lágrimas que no son forasteras ni desconocidas para el Señor. No hay lágrimas furtivas y lágrimas sinceras, que por más que estén escondidas, serán lágrimas descubiertas que recoger y enjugar, no serán desconocidas y ni ignoradas por el Señor. Oramos, Salmos 130:2 ¡Señor, escucha mi clamor! ¡Estén atentos tus oídos a la voz de mis súplicas! El Señor lo manda llamar a Bartimeo; él se pone de pie. ¿qué quieres que haga por ti?..Maestro que yo pueda ver, oyendo su reclamo, lo sana milagrosamente. Vete tú fe te ha salvado. Enseguida comenzó a ver y lo siguió por el camino. El momento decisivo fue el encuentro personal, directo, entre el Señor y aquel hombre que sufría.
Se encuentran uno frente al otro: Dios, con su deseo de curar, y el hombre, con su deseo de ser curado. Dos libertades, dos voluntades convergentes: “¿Qué quieres que te haga?”, le pregunta el Señor. “Que vea”, responde el ciego. “Vete, tu fe te ha curado”. Con estas palabras se realiza el milagro. Alegría de Dios, alegría del hombre. El Señor nuestro nos a exhorta y reclama, sanarnos de nuestras sorderas y cegueras. …¿Qué quieres?
No hay peor ciego que el que no quiera ver, ni peor sordo que el que no quiere oír. Es la llamada para indicarnos el sendero de la Vida, de la sensatez, de la sabiduría. En nuestros camino, a veces mendigos somos, mendigando por nuestros propios favores, que se nos concedan favores egoístas y egocéntricos. Para beneficio de nuestras ambiciones o caprichos. Para empoderarnos de más poderes en detrimento de la vulnerabilidad ajena. En algunas residencias, se guardan y coleccionan nichos en santuarios religiosos particulares, con imagines variadas de santos, para pedir bendiciones en sus actos de corrupciones y sicariatos, de injusticias y maledicencias. Jesús el Señor no acompaña y denuncia hipocresías religiosas. Hacerse de ídolos y talismanes para pactar con el demonio no es de Dios. De los que se lavan las manos, antes o después de delinquir. He visto si, mendigos humildes con clamores de favores, de salud, de tierra, de trabajo, justicia, de paz y libertad. Clamores que claman al cielo, pero los reclamos caen en saco roto, corazones rotos, cuando hay oídos sordos y ojos ciegos, se cierran a los clamores de los pobres, desoyen la voz de Dios y los ojos se obnubilan por más fuerte sean, para no ver ni oír los gritos y justos reclamos.
Y Bartimeo, tras recobrar la vista -narra el evangelio- “lo sigue por el camino”, es decir, se convierte en su discípulo y sube con el Maestro a Jerusalén para participar con él en el gran misterio de la salvación. Seguirlo por el camino a Jesús caminando junto a Él. Para abrir caminos con El, caminos de sanación y salvación. Sintonizar con el clamor de los pobres. Agacharse con el agachado y mendigar con el mendigo, clamar con los clamores, y dar esperanza a los que gritan en desiertos de corazones secos e indiferentes. Los discípulos de Jesús se hacen mendigos, y no temen insistir en su misericordiosa, que promete solicitud con los pobres y excluidos sociales. Cuantas exclusiones y desplazamiento causan los que se llaman cristianos, producen para producirse y llenar sus propias fincas, sus entornos de parentela y sus caudalosos graneros, cerrando puertas a los clamores de sus vecinos. Judas Iscariote llenó sus propias mochilas para alcanzar sus propios objetivos e intereses, y proyectos personales. ¿Dónde quedó esa mochilas vacía de ambiciones?
El Proyecto de Dios es detenerse ante los clamores, deteniéndose en el tiempo, en el tiempo nuestro y en cada necesidad para dedicarse singularmente a las necesitas personales y comunitarias. Cuando a Jesús claman pan, les da en abundancia panes y pescados, y es más, les da el Pan de Vida, ofrece sanación, atención, perdón, servicio , muerte y resurrección. Bartimeo representa al hombre que tiene necesidad de la luz de Dios, la luz de la fe, para conocer verdaderamente la realidad y recorrer el camino de la vida. Es esencial reconocerse ciegos, necesitados de esta luz, de lo contrario se es ciego para siempre (cf. Jn 9,39-41).
«Maestro, que pueda ver» (v. 51) «Oh Dios, ten compasión de este pecador» (Lc 18,13) ha entrado en la tradición de la oración cristiana. En el encuentro con Cristo, realizado con fe, Bartimeo recupera la luz que había perdido, y con ella la plenitud de la propia dignidad: se pone de pie y retoma el camino, que desde aquel momento tiene un guía, Jesús, y una ruta, la misma que Jesús recorre para nuestra redención.
Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo de Asunción
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