CONVERSIÓN ECLESIAL Y TRANSFORMACIÓN SOCIAL, A EJEMPLO DE SAN PABLO

Hermanas y hermanos en Cristo:

Es para mí muy grato volver a Caazapá, a este templo dedicado a San Pablo, en el día de su fiesta y compartir con ustedes el pan de la Palabra y de la Eucaristía.

La fiesta de la conversión de San Pablo nos lleva al corazón del Evangelio y es el núcleo del Proyecto del Padre: que el Reino de Dios y su salvación sea anunciado a todos, en todos los ambientes y hasta los confines del mundo.

El evangelio de Marcos nos habla de que Jesús Resucitado se apareció a los 11 apóstoles y les mandó anunciar el Evangelio a todo el mundo, a todas las naciones.

Pablo no estaba entre los 11 apóstoles que recibieron directamente el mandato del Señor. Pero en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado nos narra también al encuentro personal de Pablo con Jesús, el Señor, aunque de una manera y desde una experiencia distinta a la de los otros 11 apóstoles.

Ese encuentro personal con el Señor se da camino a Damasco, cuando Pablo estaba cumpliendo con la violenta misión de perseguir a aquellos que profesaban su fe en Jesús, muerto y resucitado, y a quienes él consideraba fuera de la ley.

Saulo fue enviado al camino de Damasco para volverse ciego ya que, al quedar ciego, encontró el verdadero Camino (Jn 14,6). Pierde la vista corporal, pero su corazón es iluminado, para que la verdadera luz brille a la vez en los ojos de su corazón y en los de su cuerpo.

Cuando fue llamado se quedó ciego. Pero esta ceguera hizo de él una antorcha para el mundo. Veía para hacer el mal. En su sabiduría, Dios le volvió ciego para iluminarle para el bien. No solamente le manifestó su poder, sino que le reveló la profundidad de la fe que iba a predicar. Había que alejar de él todos los prejuicios, cerrar los ojos y perder las luces falsas de la razón para percibir y predicar la Verdad.

Cristo resucitado se presenta como una luz espléndida y se dirige a Saulo, transforma su pensamiento y su vida misma. El esplendor del Resucitado lo deja ciego. Así, se presenta también exteriormente lo que era su realidad interior, su ceguera respecto de la verdad, de la luz que es Cristo. Y después su “sí” definitivo a Cristo en el bautismo abre de nuevo sus ojos, lo hace ver realmente.

Con la conversión de San Pablo podemos entender mejor las expresiones de Benedicto XVI cuando sostiene una gran verdad: No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.

En San Pablo, cada palabra de esta enseñanza del Papa Benedicto adquiere un rostro, una historia, un ejemplo concreto. Pablo se encontró con una Persona, el Señor Resucitado, y esto le dio un horizonte y una orientación decisiva a su vida: ser el Apóstol de las gentes que se identificó plenamente con Cristo y cumplió a cabalidad y con creces el mandato de anunciar la Buena Nueva a tantos pueblos, hasta los confines del mundo conocido en su época.

Pablo es el perfecto discípulo misionero del Señor. Por eso, la fiesta que celebramos hoy, la conversión de San Pablo, es un acontecimiento que nos deja muchas enseñanzas para nuestra vida de fe personal, para la vida comunitaria, para la Iglesia y para la sociedad toda.

Aprendemos una lección muy importante para nosotros:  lo que cuenta es poner en el centro de nuestra vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, por la comunión con Cristo y con su palabra.

Otra lección fundamental que nos da san Pablo es la dimensión universal que caracteriza a su apostolado. Iglesia en salida. Sintió la necesidad de salir de los límites del mundo judío para llevar a buena noticia a los gentiles, a los paganos, a los pueblos. Dedicó su vida a dar a conocer el Evangelio, la buena nueva, es decir, el anuncio de gracia destinado a reconciliar al hombre con Dios, consigo mismo y con los demás. (Cfr. Benedicto XVI, octubre 2006).

La conversión de Pablo es una lección para la Iglesia y refuerza la invitación del Papa Francisco a la profunda renovación de la Iglesia, a la conversión pastoral, a una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación (Cfr. E.G. 27).

La Iglesia no existe para sí misma, ni tiene luz propia. Es reflejo de la luz. La razón de ser de la Iglesia es anunciar que el Reino de Dios está cerca, llevar la buena noticia a los pobres, proclamar la liberación de los cautivos, dar la vista a los ciegos y liberar a los oprimidos (Cfr. Lucas 4,18).

San Pablo, el Apóstol de los gentiles, encarnó como ningún otro el mandato que hemos escuchado en el evangelio que la liturgia nos presenta hoy: Vayan y anuncien la buena nueva a todos los pueblos. Esta misión fundamental que el Señor encomienda a la Iglesia va acompañada por algunos signos.

Según el evangelista Marcos (16, 15-20), las señales son: arrojar demonios, hablar lenguas nuevas, agarrar serpientes con las propias manos, el veneno mortal no los dañará e imponer las manos a los enfermos para que queden sanos. Pero como son señales tan gráficas, conviene concretarlas con algunos ejemplos que nos ayuden en nuestra vida ciudadana y cristiana hoy.

La primera señal es arrojar demonios”. Hoy necesitamos seguir arrojando demonios, pero con la fuerza de Jesús: arrojar el demonio de la división, quitar el demonio de la soberbia, de la mentira y la mezquindad, de la codicia, del egoísmo, de la corrupción, de la impunidad. Cuantos jóvenes poseídos por el demonio de las drogas. cuanto necesitan de ayuda para rehabilitarse de las adicciones y dependencias. Arrojar, expulsar con la justicia a los demonios que trafican con dineros manchados de sangre. También desterrar de nuestras vidas el demonio que nos hace creer que hacemos el bien cuando lo que hacemos es daño a los demás.

La segunda señal es “hablar lenguas nuevas”. Y es que hoy, más que ayer, necesitamos hablar en lenguas o lenguajes que lleguen realmente al corazón de las personas. Lenguas que comprendan, acepten e incluyan a los otros. Lenguas que convoquen, que muestren caminos nuevos, que abran puertas, que construyan puentes de diálogo, de concordia, de comunión, de paz. Lenguas de difamaciones y calumnias, lenguas mordaces y venenosas, lenguas de odios y descalificaciones NO es el lenguaje de Dios. Dios nos habla el lenguaje del amor, la concordia.

La tercera señal es “agarrarán serpientes en sus manos”Y es que necesitamos deshacer nudos, desenredar conflictos, tener el coraje y la valentía cómo los apóstoles misioneros de enfrentar serpientes que amenazan el rebaño de la Iglesia, hay serpientes disfrazadas de ovejas, personas bajo fachadas de rabias, caprichos o temores y no alcanzan a ver la luz.

La cuarta señal es “si beben un veneno mortal, no serán dañados”. Porque quien lleva dentro de sí a Dios, no se paraliza, no puede morir. Y es que este amor hará que surja una libertad, una entrega y una gratuidad que son más fuertes que la muerte.

La quinta señal es “impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos”. Y es que hay muchos males y dolencias que claman sanación; soledades y tristezas que urgen compañía. Por eso necesitamos extender nuestras manos a quien padece miedo, hambre, injusticia. Estrechar la mano del que sufre para infundir valor. Abrazar al adversario y trasmitir perdón.

El anuncio del Evangelio debe transformar también la vida social, familiar y política de la nación. Estamos en el año del laicado y en un contexto de elecciones generales para conformar el poder político que gobernará nuestro país los próximos años.

Proclamar la buena nueva a los pobres y la liberación de los cautivos implica una profunda conversión a Cristo y a los valores del Reino de Dios, que es verdad, libertad, paz, justicia, solidaridad, equidad, bien común.

Nuestro país es inmensamente rico y tiene el potencial para que todos sus habitantes obtengan lo necesario para una vida digna y plena. Sin embargo, la corrupción, la impunidad y la falta de sentido del bien común de muchos dirigentes políticos y económicos mantienen en la pobreza y extrema pobreza a cientos de miles de familias que carecen de los bienes esenciales. Muchos descartados sociales, en los pueblos campesinos e indígenas.

Las próximas elecciones generales del 30 de abril, son una oportunidad para cambiar esta situación, porque en ella no se escucha el clamor de los pobres y no se actúa conforme al proyecto del Padre para sus hijos.

Los católicos, que somos mayoría en el Paraguay, necesitamos el espíritu y la convicción de San Pablo para vivir en Cristo y según Cristo; necesitamos curarnos de nuestra ceguera ciudadana, ver la realidad y actuar en consecuencia; necesitamos la conversión de nuestras mentes, de nuestros corazones y de nuestras acciones para que el Reino de Dios y su justicia se hagan realidad en nuestra sociedad.

Que esta fiesta de la conversión de San Pablo sea una oportunidad para revisarnos como ciudadanos y como cristianos. Las lecciones que el Apóstol nos entrega nos invitan a ser verdaderos discípulos misioneros del Señor.

Pedimos la intercesión de María Santísima para que la luz de su hijo resucitado ilumine nuestro camino y nos impulse a ser instrumentos eficaces del Evangelio a ejemplo de San Pablo.

Que así sea.

Caazapá, 25 de enero de 2023.

 

+Adalberto Card. Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Santísima Asunción

              Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya