A EJEMPLO DE MARÍA, SEAN INSTRUMENTOS DÓCILES DEL ESPÍRITU SANTO AL SERVICIO DEL REINO DE DIOS

Hermanas y hermanos en Cristo:

La Iglesia eligió la fiesta de la Presentación del Señor para dedicarle una Jornada Mundial a la Vida Consagrada. Por ello, el 2 de febrero de cada año está marcado de manera especial en el calendario eclesial.

De hecho, el episodio del evangelio proclamado constituye un significativo icono de la entrega de su propia vida que realizan cuantos han sido llamados a representar en la Iglesia y en el mundo, mediante los consejos evangélicos, los rasgos característicos de Jesús: virgen, pobre y obediente. (Benedicto XVI, 2 de febrero de 2012).

Hoy es un día especial que nos invita a valorar y agradecer el don de la vida consagrada tal y como el Espíritu la va suscitando en la Iglesia de cada tiempo. Es un día de gratitud al Padre amoroso que, por medio del Espíritu Santo, ha inspirado y sigue inspirando a tantos cristianos a fundar o a integrarse a una familia de vida consagrada para ser testigos del Reino y llevar la luz de Jesucristo a las gentes de todos los pueblos y de todos los tiempos.

La fiesta de la Candelaria nos habla de luz, de salvación, de reconocer a Cristo, el Mesías, y de estar abiertos a la Voluntad del Padre en todas las circunstancias, a ejemplo de María.

En este sentido, el mensaje que les quiero entregar hoy tiene a María como modelo de vida consagrada y su apertura total a la intervención del Espíritu Santo; así también nos referiremos al horizonte inspirador que la vida religiosa ha asumido para estos años y a las orientaciones del Magisterio de la Iglesia.

El Espíritu Santo hace que Simeón pronuncie una profecía dolorosa: Jesús será «signo de contradicción» y a María «una espada le traspasará el alma» (Lc 2, 34. 35). Con estas palabras, el Espíritu Santo preparaba a María para la gran prueba que la esperaba, y confirió al rito de presentación del niño el valor de un sacrificio ofrecido por amor. Cuando María recibió a su hijo de los brazos de Simeón, comprendió que lo recibía para ofrecerlo. Su maternidad la implicaría en el destino de Jesús y toda oposición a él repercutiría en su corazón. (Juan Pablo II, Audiencia general 09-12-1998).

San Lucas, que había atraído la atención sobre el papel de María en el origen de Jesús, quiso subrayar su presencia significativa en el origen de la Iglesia. La comunidad no sólo está compuesta de Apóstoles y discípulos, sino también de mujeres, entre las que san Lucas nombra únicamente a «María, la madre de Jesús» (Hch 1, 14).

María sigue cumpliendo en la Iglesia la maternidad que le confió Cristo. La humilde esclava del Señor está llamada por el mismo Espíritu a cooperar de modo materno con él. El Espíritu despierta continuamente en la memoria de la Iglesia las palabras de Jesús al discípulo predilecto: «He ahí a tu madre», e invita a los creyentes a amar a María como Cristo la amó. Toda profundización del vínculo con María permite al Espíritu una acción más fecunda para la vida de la Iglesia.

El papel de María en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia nos lleva a valorar el ícono escogido como horizonte inspirador para la Vida Religiosa en América Latina y el Caribe: “Las mujeres del Alba”.

Las mujeres del alba tienen relación con el centro de nuestra fe: Cristo Resucitado, que venció a la muerte. Él se aparece primero a las mujeres que fueron hasta el sepulcro antes del amanecer, al alba, y fueron las primeras testigos de la Resurrección, de la luz, de la salvación.

Son las mismas mujeres que en ningún momento dejaron sola a María y estuvieron con ella en el camino doloroso y al pie de la cruz. ¡Cómo no ser merecedoras del privilegio de ser las primeras en ver al Resucitado, aunque no lo reconocieran inicialmente!

En palabras de la presidenta de la CLAR, el ícono de las mujeres del alba está representado en la vida religiosa de América Latina y el Caribe en el testimonio conmovedor de las Misioneras de la Caridad en éxodo, caminando y resistiendo, desterradas y a paso firme abriéndose camino.

Ampliando el horizonte, ellas representan a las religiosas y religiosos de nuestros países cuyo testimonio de vida humilde y comprometida con la causa de los pobres, es una amenaza y una afrenta a los poderes de este mundo, basados en la soberbia, en la codicia, en la ambición desmedida, en la adoración de los ídolos del poder político, del poder económico y del placer mundano.

En general, las religiosas y los religiosos, con su vida sencilla y austera, con sus desvelos por sostener la existencia de los más débiles, de los vulnerables, de los descartados de la sociedad, denuncian la maquinaria de la corrupción y de impunidad de los dirigentes políticos, sociales y económicos, que se apropian de los recursos destinados al bienestar de la población. Su labor profética, su coraje y su lucha a favor de la vida digna y plena del pueblo son una riqueza de nuestra Iglesia.

Las religiosas y los religiosos se constituyen en los principales instrumentos de la Iglesia en salida, misionera y samaritana, porque están, viven y existen en las periferias geográficas y existenciales de nuestro país y de nuestra gente. Muchas de las comunidades de religiosas y religiosos viven las mismas necesidades y privaciones que padece el pueblo y por ello están en condiciones de asumir el evangelio y los valores del Reino de Dios con empatía, y acompañar el caminar del pueblo que busca su dignificación y el respeto de sus derechos humanos fundamentales.

Las personas consagradas tratan de confiar caminando en esperanza, aun cuando no tienen, como su maestro, dónde reclinar la cabeza. Su camino cotidiano de obediencia comienza y termina en la casa del Padre. Ellas saben que se necesitan oídos atentos a la voz del Padre, ojos fijos en la cruz del Hijo y manos prontas para cumplir la misión a la que las impulsa el Espíritu.

La Vida Consagrada es un regalo de Dios a la Iglesia, pero que, en cada tiempo, enfrenta diversas situaciones que interpelan para buscar la Voluntad del Padre, siendo dóciles al Espíritu Santo.

En este tiempo, no podemos dejar de reconocer que muchas comunidades religiosas han pasado por diversas crisis, algunas de ellas muy persistentes, como la escasez de vocaciones. La mies es mucha y los obreros son pocos. Hay exceso de trabajo y el cansancio acecha.

Si estamos abiertos a escuchar y discernir la voluntad del Padre, guiados por el Espíritu Santo, las crisis se convierten en oportunidades de nueva vida. De hecho, sabemos que la crisis vocacional, la escasez de personal para los múltiples trabajos pastorales, el envejecimiento de las comunidades, han llevado a plantearse el trabajo intercongregacional, salir de las estructuras, de la zona de confort, del siempre se ha hecho así, para enfrentar juntos los desafíos actuales a la vida consagrada.

El Espíritu Santo siempre actúa en la Iglesia. Él “nos hace capaces de percibir la presencia de Dios y su obra no en las cosas grandes, tampoco en las apariencias llamativas ni en las demostraciones de fuerza, sino en la pequeñez y en la fragilidad… A veces se corre el riesgo de concebir la propia consagración en términos de resultados, de metas y de éxito. En lugar de ir hacia la pequeñez como quiere el Espíritu, de preguntarse qué amor los impulsa y qué los mueve, se va en busca de “espacios, de notoriedad, de números” (Francisco, Mensaje 2022).

Se debe tener una mirada realista sobre la vida consagrada. Las situaciones hay que nombrarlas desde la verdad y sin temor al conflicto, pero reconociendo que, en toda realidad, por más cruda y difícil que sea, existe una posibilidad de germinar una nueva vida, que brota de la fe y del poder de lo comunitario, de lo que se construye en red y en comunión con los otros. Les invito a tejer juntos y a “echar las redes”, confiados en el Señor.

El camino sinodal y el año del laicado enmarcan el quehacer pastoral de la Iglesia en este tiempo. La vida consagrada puede aportar desde su especificidad a estas iniciativas que apuntan al modelo de Iglesia que nos propone el Concilio Vaticano II y que nos invita a retomar lo esencial del evangelio, ser una comunidad de hermanos que se escuchan, se ayudan, que trabajan y caminan juntos, como Pueblo de Dios que busca y hace presente en la sociedad el Reino y sus valores de paz, justicia, verdad, libertad, solidaridad, fraternidad.

Una Iglesia sinodal es compasiva y misionera, capaz de misericordia y transformación, dispuesta a ponerse del lado de los pequeños, de los vulnerables, de los pobres, como una opción preferencial, pero no excluyente, para trabajar decididamente, con todos los sectores de la sociedad, para el desarrollo humano integral de nuestro pueblo.

Les invito a trabajar en red también con los laicos. La evangelización de la Iglesia será más eficaz con laicos comprometidos desde su fe en Cristo para la transformación que requiere nuestra sociedad nacional, profundamente inequitativa, polarizada, dividida. Muchos de ustedes, religiosas y religiosos, personas de vida consagrada, son referentes y asesores de los grupos y movimientos laicales, o acompañan en la dirección espiritual a tantas personas que buscan a Dios.

El enriquecimiento de esa apertura y relación con los laicos, sin dudas, será mutuo. Toda la Iglesia será fortalecida con una presencia y acción más decidida de los laicos, si estos cumplen con su misión bautismal de ser sal de la tierra y fermento del evangelio en la masa social.

Finalmente, hermanas y hermanos, que todo lo que somos y hacemos esté signado por el amor, porque es el único lenguaje creíble para la sociedad de hoy. Como decía San Francisco de Asís: “prediquen el evangelio en todo momento y, de ser necesario, también con las palabras. Que la gente vea el evangelio en nuestras vidas, traducido en actitudes, gestos y acciones de amor a Dios y de amor al prójimo.

Que la Santísima Virgen María, en su advocación de la Candelaria, nos acompañe y nos ayude a tomar en brazos a Jesús y a anunciarlo como luz y salvación para la Iglesia y para la nación.

Que así sea.

Asunción, 2 de febrero de 2023, fiesta de la Presentación del Señor.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Santísima Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya