El miércoles de cenizas pasado hemos comenzado el tiempo litúrgico de la cuaresma, en el que la Iglesia nos invita por 40 días, a entrar en el desierto, no en estepas de la geografía  árida de un desierto, seco de humedales y ausente de alimentos, sino en desiertos de pruebas, de tentaciones, para enderezar nuestro  corazón misericordioso de Dios, será un ejercicio de elección por El. El Obispo Eusebio de Cesarea —conocido como el padre de la historia De la Iglesia allá por el 339, fue el primero que nos habla de la Cuaresma— se refiere a ese tiempo de preparación a la Pascua llamándolo «ejercicio cuaresmal».

El ejercicio de cuaresma será también volver a nuestras raíces cristiana, haciendo memoria del regalo de nuestro bautismo, cuando fuimos hechos hijos de Dios. De esas aguas hemos sido empapados y elegidos, como hijos e hijas amados; el cielo se ha escurrido para ser sellados por la divina voz: este es mi hijo amado. La Iglesia nos invita a reavivar el don que se nos ha obsequiado para no dejarlo dormido como algo del pasado en un «baúl de los recuerdos». Este tiempo de cuaresma es un buen momento para recuperar la alegría y la esperanza que hace sentirnos hijos amados del Padre. Como nos decía el Papa Francisco: este Padre que nos espera para sacarnos las ropas del cansancio, de la apatía, de la desconfianza y así vestirnos con la dignidad que solo un verdadero padre o madre sabe darle a sus hijos, las vestimentas que nacen de la ternura y del amor.

Nuestro Padre es el Padre de una gran familia, es nuestro Padre. Sabe tener un amor único, pero no sabe generar y criar «hijos únicos». Es un Dios que sabe de hogar, de hermandad, de pan partido y compartido. Es el Dios del Padre nuestro, no del «padre mío» y «padrastro de ustedes».

El diablo tentador busca apartar a Jesús del designio del Padre, o sea, del camino del dolor, del amor que se ofrece a sí mismo en sacrificio, reparación y purgación por nosotros, para hacerle seguir un camino fácil, de éxito y de poder. El duelo entre Jesús y Satanás tien lugar en los  pasajes de la Sagrada Escritura. El diablo, para apartar a Jesús del camino de la cruz, le hace presente las falsas esperanzas mesiánicas: el bienestar económico, indicado por la posibilidad de convertir las piedras en pan; el estilo espectacular y milagrero, con la idea de tirarse desde el punto más alto del templo de Jerusalén y hacer que los ángeles le salven; y, por último, el ofrecimiento del poder y del dominio, a cambio de un acto de adoración a Satanás.

Jesús rechaza  con convicción  todas estas tentaciones y  se reafirma  en su voluntad de seguir la senda establecida por el Padre, sin compromiso alguno con el pecado y con la lógica del mundo.  Él no dialoga con Satanás, como había hecho Eva en el paraíso terrenal. Jesús sabe bien que con Satanás no se puede conversar, porque es muy astuto. Jesús, en lugar de dialogar como había hecho Eva, elige refugiarse en la Palabra de Dios y responde con la fuerza de esta Palabra.

Jesús le contestó: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre”. “Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás”. Dice después: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”. Concluidas las tentaciones, el diablo se retiró de él, hasta que llegara la hora.

Cuaresma, tiempo para ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño y el proyecto de Dios. Tiempo para desenmascarar esas tres grandes formas de tentaciones que rompen, dividen la imagen que Dios ha querido plasmar.

Tres tentaciones del cristiano que intentan arruinar la verdad a la que hemos sido llamados. Tres tentaciones que buscan degradar y degradarnos.

Primera, la riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o «para los míos». Es tener el «pan» a base del sudor del otro, para beneficio propio. Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta, que amasan panes deshonestos y corruptos, es el pan que se le da de comer a los propios hijos. Das de comer pan sucio, degradado en su honestidad, con migajas contaminadas a tus hijos?. Y otros le niegan pan a sus semejantes necesitados, para distribuir a manos llenas  a sus cuates para hacerlos más cómplices de sus delitos.

Segunda tentación, la vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que «no son como uno». Los impolutos que difaman a otros por el gusto de las descalificaciones, con tal que no le descalifiquen a él,  «haciendo leña del árbol caído». La tercera tentación, la peor, la del orgullo, o sea, ponerse en un pedestal de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la «común vida de los mortales», y que reza todos los días: «Gracias te doy, Señor, porque no me has hecho como ellos».

Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a decir con el salmo: «Tú eres mi Dios y en ti confío». Con El y en El «siempre nace y renace la alegría» (Evangelii gaudium, 1).

 

Adalberto Card. Martínez Flores