HOMILÍA DE LA VIGILIA DE LA SOLEMNIDAD DE NUESTRA SEÑORA DE LA ASUNCIÓN
Catedral de Asunción – 14 de agosto de 2025
«Vale la pena rechazar todo lo que nos aparta de Dios»

En la noche del 14 de agosto, la Catedral Metropolitana de Asunción se llenó de fieles para celebrar las Vísperas de la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, un dogma proclamado en 1950 por el Papa Pío XII y profundamente arraigado en la fe del pueblo paraguayo. La celebración estuvo presidida por el Nuncio Apostólico, Monseñor Vincenzo Turturro, quien recordó que esta fiesta es una ocasión especial para encomendarse a la intercesión de la Virgen de la Asunción, considerada “gloriosa fundadora de nuestra gran nación”.

Durante su homilía, el Nuncio expresó su agradecimiento al Cardenal Adalberto Martínez por permitirle participar y sentirse “casi un asunceno más”. Saludó también al Arzobispo Edmundo, al P. Aldo y a los sacerdotes presentes, y dirigió un mensaje especial a los seminaristas, en su día, recordándoles que “Dios ama a su Iglesia, por eso envía a nuevos obreros a trabajar en su viña” y animándolos a que la Virgen “alimente en ustedes el deseo de emprender una vida marcada por el amor que se hace servicio”.

El lema del novenario —“Vida consagrada – Peregrinos de Esperanza por el camino de la Paz”— permitió reflexionar sobre tres palabras que, según el Nuncio, describen la existencia gloriosa de María: Vida, Esperanza y Paz.

Sobre la vida, destacó que la verdadera grandeza de la Virgen radica en ser discípula y acompañar a Cristo a lo largo de toda su misión: “Estuvo con Él en el día a día de Nazaret, lo acompañó en las bodas de Caná, estuvo a sus pies en la cruz y lo vio resucitado en el Cenáculo”. Advirtió además sobre el riesgo de quedarse solo en la escucha de la Palabra sin vivirla:

“Es grande el peligro, hermanos, de quedarnos en la escucha y olvidarnos de la práctica. Seríamos cristianos con los labios, pero no discípulos de verdad”.

Respecto a la esperanza, invitó a que la fiesta sea una semilla que germine en la sociedad paraguaya, superando la indiferencia y promoviendo una identidad cristiana auténtica:

“De esta fiesta esperemos que nazca una flor… que represente el compromiso de darle a nuestra sociedad una profunda identidad cristiana”.
Agradeció especialmente a los religiosos y religiosas que acompañan a la gente humilde, escuchando sus reclamos y prestando su voz a los que nadie quiere escuchar, y afirmó que su ejemplo “permite a la Iglesia resucitar”.

Sobre la paz, recordó que María es “Iris de paz” y señaló que a menudo los ojos de la sociedad se detienen en la belleza superficial y no en la injusticia que sufren los más vulnerables:

“Casi no nos indignan más las historias de mujeres, a veces niñas todavía, violadas y matadas”.
El Nuncio exhortó a asumir responsabilidad activa por la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo.

En el cierre de su homilía, llamó a seguir el ejemplo de María y vivir en santidad:

“La Asunción de María nos enseña que vale la pena rechazar con decisión todo lo que nos aparta de Dios. Ser santos es posible, porque Dios es bueno y porque tenemos por Madre a la misma Madre de Dios”.

Finalmente, elevó una súplica ferviente a la Virgen:

“No me sueltes la mano. No me dejes, Madre mía. Te necesito para no perderme. Paraguay te necesita para ser verdaderamente un Pueblo grande, un Pueblo Santo. ¡Al Paraguay bendiga tu casto corazón!”.