Homilía desde Roma – Fiesta de San Agustín de Hipona
Hermanas y hermanos en Cristo:
Mi cordial y fraternal saludo a todos los presentes en esta eucaristía de acción de gracias, el primero que presido como miembro del colegio cardenalicio y, por consiguiente, como parte del clero de Roma y colaborador en el servicio del Obispo de Roma, el Papa Francisco.
En tanto que, como arzobispo de Asunción y Metropolita del Paraguay, celebrar esta eucaristía en la Iglesia del Gesù, (Iglesia del Santísimo Nombre de Jesús) iglesia madre de la Compañía de Jesús, adquiere un gran significado eclesial y misionero, pues estamos ante la presencia y los restos de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, cuya obra evangelizadora y misionera en el Paraguay ha dejado un legado que perdura hasta hoy en la Iglesia y en la cultura de nuestro pueblo. Ha generado ejemplos de Santidad, como el Jesuita nuestro San Roque González de Santa Cruz, paraguayoite ha´e, cuyo corazón incorrupto, en la Capilla de los mártires en la parroquia Cristo Rey, en Asunción, constituye una imagen elocuente del amor cristiano, capaz de superar todos los límites humanos, hasta los de la muerte, cómo ha dicho San Juan Pablo II el día de su canonización en 1988. Fue fundador de pueblos y evangelizador, ferviente defensor de los indígenas, avasallados en su dignidad de personas.
Es muy grato estar rodeado de tantos amigos y hermanos venidos de varias partes, residentes en Italia y de otros países, así como las personas y delegaciones que vinieron de Paraguay para acompañar este momento significativo para la Iglesia y para el pueblo paraguayo.
Esta oración comunitaria por excelencia que es la eucaristía, hoy coincide con la fiesta de San Agustín de Hipona, (+430) Obispo, Doctor de la Iglesia, también conocido como Doctor de la Gracia, cuya intercesión invocamos para que el servicio que iniciamos como Cardenal de la Iglesia Católica se nutra de la Gracia del Espíritu Santo, la sabiduría y del ejemplo de obediencia a la voluntad de Dios de este gran santo y padre de la Iglesia. San Agustín es una figura extraordinaria y su legado espiritual llega hasta nuestros días. «Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama», dijo el mismo, a quien conocemos porque él amó profundamente al Señor, a la Iglesia. Y en relación al nombramiento de cardenal por el Papa Francisco, de este servidor, me consuelan grandemente también sus palabras: «Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas».
Las lecturas que nos propone la liturgia para este domingo 22 del tiempo ordinario, son muy oportunas para la ocasión que nos reúne en Roma: la creación de nuevos cardenales. La Palabra de Dios y su mensaje nos indican un programa de vida y de acción pastoral para los que hemos sido investidos con la dignidad cardenalicia y para todos los cristianos.
En efecto, tanto el evangelio, como la primera lectura y el salmo subrayan que la actitud que agrada a Dios y nos merece el respeto de nuestro prójimo es la humildad.
Quizá, como una rémora de una Iglesia imperial, y de ciertas prácticas de mundanidad espiritual que han caracterizado un estilo de ser Iglesia y de considerar las responsabilidades eclesiásticas como símbolo de poder al modo del mundo y no según el evangelio, la figura del cardenal ha sido asociada con la de quien manda y, por consiguiente, debe adoptar posturas de primacía y actuar con psicología de príncipe. Con esta actitud, se piensa que los clérigos debemos ocupar los primeros lugares, no solo en los ambientes eclesiales, sino también en la sociedad.
Considerarnos mejores que los demás, y pretender los primeros puestos, es una actitud que no nos corresponde ni condice con nuestra vocación de servidores. En el Evangelio, Jesús reprocha este defecto a los fariseos hipócritas, que despreciaban a los demás creyéndose mejores.
Jesús nos pide que nos dispongamos a ocupar espontáneamente el último lugar, es decir, ser servidores de los demás, sin reclamar privilegios. El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos, enseña el Señor (Mc 9,35). Jesús da el ejemplo lavando los pies de sus discípulos. Y les dice: si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, deben hacer lo mismo unos con otros (Jn 13,14).
Por otra parte, el evangelio nos indica quiénes deben ser invitados a nuestra mesa; señala quiénes son los privilegiados de su corazón misericordioso: los pobres, los lisiados, los cojos, los ciegos. Nuestra acción y nuestra opción pastoral deben ser por los pequeños, por los que padecen todo tipo de miseria, por los que son despreciados y descartados por la sociedad; por los que viven en las periferias existenciales; de esta manera, nuestra acción estará motivada por el servicio y la acogida al más pobre, porque en ellos vemos la carne sufriente de Cristo y no porque esperamos alguna retribución social, política o económica.
Y esta es otra actitud básica del cristiano: el desinterés que, unido a la actitud de humildad, tiene como común denominador la pobreza de espíritu: disposición a ocupar los últimos lugares. No pretender ser mejores que nadie, sino mejor que uno mismo; no juzgar ni menospreciar a nadie; no buscar recompensas ni riquezas humanas; considerarse servidor de los demás, sin distinciones entre pobres y ricos, y sin obrar por amor a las recompensas.
En el espíritu de este pasaje del evangelio de Lucas entendemos mejor la opción del Papa Francisco por una Iglesia pobre para los pobres. La ley y los profetas se resumen en estos dos mandamientos: Amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda el alma y con toda la mente, y al prójimo como a nosotros mismos (cfr. Mt 22,37-40).
El día del juicio final, seremos juzgados por el amor que ofrecimos a los pobres, rostros visibles de Nuestro Señor Jesucristo (Mt 25,40).
Aquí se encuentran muchos paraguayos que tuvieron que emigrar del país, por diversos motivos. Dejaron nuestro suelo patrio por razones de estudio o de trabajo. Aunque en la Iglesia nadie es extranjero ni extraño, ser migrante tiene su carga de nostalgia y, en ocasiones, de incomprensión y sufrimiento. Por esto mismo, Jesús incluye a los migrantes entre los pobres con los que se identifica y llama “benditos de mi Padre”, a quienes los acogen.
A las autoridades nacionales y a todos los compatriotas que vinieron desde el Paraguay, les invito a asumir el compromiso de comprometerse de verdad con el bien común de la nación, que necesita de todos sus hijos para construir una patria nueva, plena de oportunidades para el desarrollo humano integral de todos sus habitantes.
Vivimos en una sociedad que tiene suma necesidad de volver a escuchar este mensaje evangélico sobre la humildad. Correr a ocupar los primeros lugares, quizá pisoteando, sin escrúpulos, la cabeza de los demás, son actitudes despreciadas por todos y, por desgracia, seguidas por muchos. El Evangelio tiene un impacto social, incluso cuando habla de humildad y modestia.
Los que somos invitados por Cristo a su mesa deberíamos poseer la virtud del “último puesto”, que nos hace reconocer sinceramente que nuestro “curriculum vitae” no es tan notable como nos creemos. Ante Dios no valen pretensiones ni suficiencias, sino coherencia y humildad. La invitación nos llega gratuitamente, no por merecimientos humanos. La Humildad es la medida exacta de las propias cualidades y capacidades.
Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Cristo se humilló hasta la muerte en la cruz y fue glorificado; María se humilló y fue ensalzada. Vivamos de tal modo que también a nosotros nos diga el Señor en el último día: Amigo, sube más arriba; y por haber vivido el espíritu de las bienaventuranzas, reconociendo al Señor en los hermanos más pobres, el día del juicio final seamos reconocidos como benditos del Padre Celestial y seamos llamados a ocupar un lugar reservado a los justos.
Nos ponemos bajo el manto protector de nuestra Madre, la Virgen de los Milagros de Caacupé y, en esta Iglesia del Gesú, encomendamos nuestra misión a la intercesión de los santos jesuitas Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Roque González de Santa Cruz y compañeros mártires, San Agustín y Santa Mónica, así como a la Beata María Felicia de Jesús Sacramentado, Chiquitunga.
Así sea,
Roma, 28 de agosto de 2022, fiesta de San Agustín de Hipona
+ Cardenal Adalberto Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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