MENSAJE DE PASCUA 

Hermanas y hermanos:

¿Quién no quisiera escuchar buena noticia? Ante las repetidas y cotidianas malas noticias pareciera que las buenas no existen. Las reiteradas malas noticias pueden convertirnos en pesimistas irremediables, a veces cínicos y agresivos. Cuando el pesimismo hunde sus raíces en el corazón las agresiones verbales y hasta físicas pueden jugar roles protagónicos y viciosos en las personas, para introducirlas en obscuros callejones sin salida; el pesimismo puede llevarnos a ser destructores de las relaciones en nuestra convivencia o a ser autodestructivos.

Un importante e influyente filósofo y escritor decía que: “un pesimista es un optimista bien informado”. Los cristianos, parafraseando al escritor, son más bien aquellos optimistas que por estar bien informados se alejan de los pesimismos. A pesar de las malas noticias, no se transforman en inveterados pesimistas. La Pascua del Señor es el paso del pesimismo a la Esperanza.

Esta es la buena noticia que San Pedro nos informó después de la reasurrección: «Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos (presenciales) que a este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día. (Hch 10, 34a. 37-43)

Los discípulos de Emaús comentaban con el mismo Jesús resucitado que caminaba con ellos sin que ellos pudieran reconocerle: “Nosotros teníamos la esperanza que el sería él que habría de libertar a la nación de Israel” (Lc 24, 13). La esperanza ha sido crucificada, aniquilada, destruida. Ellos iban cabizbajos y frustrados por lo que había sucedido con el Maestro. Ciegos por falta de fe.

El Profeta Job (2180) en medio de sus terribles pruebas y aflicciones decía: “¿Dónde ha quedado mi esperanza”? ¿Dónde está mi bienestar?, ¿bajará conmigo al reino de la muerte para que juntos reposemos en el polvo? “Mi padre, mi madre, mis hermanos con los gusanos y el sepulcro”. (Job 17,15). Aunque Job no perdió la esperanza y luego de pasar sus pruebas ha sido bendecido abundantemente.

María Magdalena, temprano a oscuras, más bien su corazón estaba a oscuras, se iluminó ante la certeza de lo que ella estaba viendo: que las piedras que sellaban el sepulcro han sido movidas; significaba que la esperanza estaba viva, que el Señor vive, ¡ha resucitado! Ella corre presurosa con el corazón rebosante de alegría para transmitir e informar la buena noticia a Pedro y al otro discípulo, quienes también llegan al sepulcro para verificar “in situ” que el Señor ha resucitado como el mismo lo había anunciado, que resucitaría al tercer día. Dios habría de reconstruir el templo de su cuerpo, ¿Crees esto? Los discípulos creyeron y reconocieron al Señor de la Vida que ha vencido la muerte.

Es esta la gran noticia de este día de Pascua y de todos los días oscuros que puedan llevar a hundirnos en el pesimismo y en la desesperanza; es cierto, la oscuridades nos entristecen en medio de los sufrimientos, las trágicas muerte de esta Semana Santa y de todos los días, por accidentes, homicidios y suicidios; las masacres de la guerra (Ucrania-Rusia) entre hermanos; el Papa Francisco esta mañana en su mensaje al mundo y la ciudad nos dijo: «Que se elija la paz. Que se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre. Por favor, no nos acostumbremos a la guerra, comprometámonos todos a pedir la paz con voz potente, desde los balcones y en las calles. Que los responsables de las naciones escuchen el grito de paz de la gente, que escuchen esa inquietante pregunta que se hicieron los científicos hace casi sesenta años: «¿Vamos a poner fin a la raza humana; o deberá renunciar la humanidad a la guerra?»

En medio de la tragedia de los vía crucis y las crucifixiones sociales, de las llagas abiertas del sufrimiento humano, no nos quedemos en pesimismos y tristezas. Recobremos la Esperanza (Que nadie nos robe la esperanza). En los callejones de sufrimientos personales y colectivos, el Señor resucitado ha abierto la puerta de salida, ha removido la piedra y ha dejado el sepulcro vació, para llenarnos con su gracia y su vida. Llamados a ser Cireneos, para llevar las cruces y alivianar la carga de unos y otros, para remover las piedras que puedan sellar el sufrimiento ajeno. Como en este tiempo de pandemia muchos han dado la vida para sanar a otros. Entre ellos médicos, enfermeras, personal de blanco, administrativos, familiares. A quienes recordamos hoy con gratitud y esperanza cristiana que brille sobre ellos la luz perpetua. No hay amor más grande que el que da la vida por los suyos. Con el Señor Resucitado nuestra noche ya no tendrá obscuridad, el amor ha vencido el temor, la luz la oscuridad. Noche de luz y de verdad disipadora de las tinieblas.

Cristo es nuestra Pascua, quien ha pasado de la muerte a la vida, la fuerza de la resurrección de Cristo nos ofrece la única esperanza de aquel que habría de llevarnos de la esclavitud del pecado a la liberación por la gracia. En el resucitado, y solamente en el tenemos la esperanza cierta que Él es el único Salvador; Él es la única esperanza en la “esfera” a veces vacía de nuestra propia existencia; con nosotros camina como caminó con los discípulos de Emaús para encenderles el corazón con la alegría y seguridad de su presencia. Con su Iglesia camina aquel que nos trasciende, pero a la vez vive en su Iglesia, en nosotros; Aquel con su gracia y su bendición legisla nuestra vida para liberarnos y conducirnos a ser constructores y edificadores de una vida santa al servicio de Dios y de unos y otros.

Caminemos como hijos de la resurrección como sus discípulos y misioneros llamados a ser defensores de la vida misma de Cristo en nosotros y en los demás; respetando y defendiendo la vida y la dignidad de otras personas antes las amenazas de una Cultura de la Muerte, de las dictaduras, de los relativismos morales y éticos que van de contramano a los valores de la Cultura de la Vida que el mismo Cristo ha instaurado en medio de nosotros.

Que María Santísima Madre nos bendiga y fortalezca en el seguimiento de su Hijo Jesucristo Resucitado; Él es nuestra Pascua.

¡Felices Pascuas de Resurrección!

+ Mons. Adalberto Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Santísima Asunción