Semanario Encuentro

Por CCL

Te invito a dar una charla en la semana alfonsiana, me dice el sacerdote. Es su cumpleaños cuando hace este servicio desde tan lejos. Me llama de la parroquia más emblemática de Pedro Juan Caballero. Pautamos día, horario y actividades varias, incluyendo detalles del viaje y el asiento que precisaría en el ómnibus desde la capital…
Esa invitación pone a prueba mi libertad. Estoy dispuesta. Conozco ese tipo de experiencias. Vas llorando y volvés cantando, como dice la Escritura. Implica riesgos, preparativos, desgastes internos y externos, también manejar cierto nivel de incertidumbre… Tampoco para los organizadores es fácil, requiere paciencia y una santa persistencia. En esta frontera existencial conviven la violencia con la hospitalidad más genuina, la belleza natural y una cultura que clama ser redimensionada más humanamente.

La Iglesia vive y la gente espera días más sosegados. No están libres de ningún embate cultural, de ningún prejuicio, de ningún tipo de desafío.

Llego tempranito, me esperan, me acompañan, me ubican en un sitio cómodo, me despiertan. Sí, a veces vivo anestesiada, como a tantos otros me pasa, mi corazón requiere ese despertar, desentumecerse, latir. Desayunamos con Delia. Hablamos mucho, intenso y  con una cercanía sorprendente. Tiene 5 hijos, es muy bonita y competitiva. Con su esposo, después de 30 años, vuelven siempre a empezar, me dice, y le creo porque han pasado de todo y siguen. Vamos a visitar a unos niños que en la escuela están trabajando en un proyecto de formación del carácter para la prevención de adicciones. Sus entusiastas promotores son policías. En los pocos minutos que compartimos, les pregunto sobre ejemplos concretos de como vivir la virtud del orden, uno me contesta: ‘arreglando mi cama’. Y para reiniciar la conversación tras un breve barullo, con las manos van marcando el ritmo al estilo Queen. Ya está, me han dado una nueva lección de humildad los niños, el cambio comienza con uno mismo, con pequeñas cosas y con la alegría de vivir. Nos tomamos una foto y sentí la cercanía de su corazón alegre.
En la Radio esperamos turno para invitar al encuentro educativo de la tarde. Desfilan ante nosotras noticias, recados, publicidad… Unas agentes de salud proponen donar sangre, donar vida; las estadísticas hablan, hay gente muy solidaria en Pedro Juan, pero siempre hace falta un poco más. La radio es importantísima. Sus mensajes pueden llegar más lejos.
Al mediodía charlita amena con la comunidad religiosa que me invitó.  Almorzamos y analizamos un poco de todo. Cuando defiendo con cierta ironía a mi club de fútbol, la famosa creatividad criolla se despliega en mis anfitriones. El humor se hace casi tan imprescindible como un cierto silencio que hace pausa en su trajín laborioso y en mi verborragia capitalina. Siento el cambio, me desarma. Me dan ganas de compartir parte de mi historia. El testimonio acerca más que el discurso. Y del cansino esfuerzo por explicar mi presencia entre ellos ese día, pasamos por el agraciado don que la experiencia vital brinda, surge así la empatía y el diálogo más a fondo. Después de todo estoy entre hermanos. Descanso. No es necesario ser supernada, sino más bien agachar un poquito la cabecita. Quepo mejor en la realidad así. Y eso que nadie me ha reclamado nada, ni la pretensión del que quiere enseñar lo que los otros ya saben, ni el atropello bullicioso a su calma siestera. Ante el Santísimo y la Virgen del Perpetuo Socorro comparto solitaria mis anhelos en unos minutos significativos, valiosos.
Luego voy con los jóvenes, el encuentro es directo y algo arriesgado. Me tomo su destino muy enserio. Y ellos responden sin reduccionismos baratos. Salgo impresionada. Son vibrantes. Pero ya están tocados por los clichés de la cultura del descarte. No es de extrañarse, son bombardeados día y noche sin tregua. Yendo de nuevo a mi hotel me acompaña un señor sencillo y alegre. No recuerdo su nombre. Caminaba cantando ‘Poderoso es el Señor’, me dejé contagiar por su despojada alegría, y le pregunté si tenía en su repertorio otra canción que me gusta. ‘No tengo YouTube para ver a ese cantante, pero para la próxima me aprendo la canción que a usted le agrada, señora’, me responde con la simplicidad de los pequeños. Me estrecha la mano al llegar y se despide.
De regreso al salón de encuentros voy sola. Está atardeciendo y la realidad fronteriza se hace sentir en sus contrastes, guardias con recortadas en los negocios, los trabajadores volviendo a casa, hay música brasilera de fiesta en un alto parlante. En la charla con los adultos, reflexionamos sobre la educación con mirada personalista. El gran aporte del cristianismo al Occidente, el desvelamiento de la dignidad humana, y a los bautizados nos ha dado un plus que no podemos desechar jamás: la cruz de Cristo. Cuántas desgracias de nuestro tiempo se hubieran evitado si no hubiéramos desechado los bautizados la cruz en la crianza de nuestros hijos. ‘Ahora tienen bajo umbral de frustración’, me decía un papá y otro apuntó al Estado, pero una mamá viuda me dijo que en la educación de sus hijos se jugaba su propia libertad y que esto requería un trabajo personal sobre sí misma. Ante la crisis educativa y cultural, lo que se precisa es el coraje de dejarse educar por la realidad. De lo contrario no hay adultez y allí no tiene nada que ver el Estado. Lo hacemos nosotros o no pasa nada. Compartimos un buen rato de información y reflexiones, también anécdotas y aspiraciones. Caminamos hacia el mismo destino y no estamos solos en la lucha. Me regalan un cuadro precioso, me agradecen con sinceridad y afecto. Unas encantadoras señoras me llenan de abrazos, bendiciones y promesas de oración.
 Ya ha anochecido. Vuelvo contenta. Si pudiera resumir mi experiencia en cada gesto, en cada encuentro del día, diría: hospitalidad y  correspondencia. Late en nosotros el mismo corazón… Ya en el ómnibus mi doy cuenta de que olvidé el celular, el chofer me alienta a volver y buscarlo, se compromete a esperarme, pero no hace falta, Derlis y su hija corren a llevármelo. Él y su esposa están cumpliendo una noble misión con las familias de su comunidad.
Está fresco en la terraza del país, pero sigo disfrutando del calor humano… Tengo sed y un pasajero espontáneamente me acerca agua. Otro gesto que no puedo dejar pasar. Me esperan 8 horas de viaje a Ciudad del Este, pero es imposible reducir lo vivido a horas de viaje u otras cuantificaciones… Repaso mentalmente algunas vivencias. Qué simpático el señor que me explicó porqué ellos, los pedrojuaninos, son ‘gente de paz’. Porque si se enojan, ‘paz, paz, paz y listo’… que así los vemos desde fuera se lo tienen grabado, pero él se lo toma con buen humor y yo río de buena gana. Ya voy entrecerrando los ojos cuando llegan al celular mensajes de mis nuevos amigos: ‘Muchas gracias y buen viaje’… ‘Gracias a ustedes!’…