Homilía de Viernes Santo
2 de abril del 2021
Queridos hermanos y hermanas
¡Te adoramos, oh Cristo, porque por tu santa cruz redimiste al mundo!
En Viernes Santo celebramos la Pasión de Cristo, con una liturgia austera; no de luto, sino de llanto esperanzado. En esta celebración hoy podemos meditar la Pasión del Señor, orar el dolor de la humanidad; adorar la cruz de Jesús en silencio y arrodillados.
Este testimonio de fe de muchos cristianos conmovidos por la Pasión del Señor nos dice que estamos implicados en la Cruz de Cristo, que no es un mero dato de la historia, consignado en los evangelios, sino algo que nos concierne a todos y por ello tiene una profunda actualidad. Su cruz es nuestra cruz, su crucifixión es nuestra crucifixión.
¿Y la cruz de los demás? Hoy podemos ver por televisión todas las miserias del mundo, pero sin compadecernos. El lenguaje total de la pandemia prolonga el sufrimiento del Señor Jesús, en la enfermedad, en la miseria social, cultural y espiritual. A veces estamos tan endurecidos e indiferentes que no nos damos cuenta del dolor de los hermanos y hermanas que pasan necesidad vital. Mientras algunos buscan su felicidad en el placer, en el dinero, en el poder. Felicidad insaciable e insensible ante el dolor ajeno.
Adentrémonos a contemplar La Pasión de Jesús, narrada por san Juan. Es una maravillosa obra literaria y teológica. El evangelista se había hecho eco de cuántas veces Jesús había anunciado su pasión. En los tres anuncios de la pasión se habla del Hijo del hombre que será levantado en alto. Otro pasaje trata de la traición de Judas, de la triple negación de Pedro y del abandono de los discípulos. También en el discurso del pan de vida, Jesús había indicado el carácter expiatorio de su sacrificio: “Mi carne para la vida del mundo”.
Recordemos lo que el evangelista nos propuso de la pasión en cinco grandes episodios:
- Jesús arrestado en Getsemaní
- Jesús ante Anás y Caifás
- Jesús delante de Pilatos
- Jesús crucificado, muere en la cruz; su costado traspasado
- Jesús es sepultado.
El evangelista nos narró una cantidad de escenas conmovedoras. Juan pone el acento sobre algunos aspectos, que es motivo de nuestra contemplación: en primer lugar, la consideración de la realeza de Cristo que se subraya sea ante Pilatos, sea en el título de la cruz. Luego se subraya el cumplimiento de las promesas, descrito en modo particular en la sección del Calvario. Qué majestuosa contemplación es la de Cristo levantado en alto, sobre la cruz como fuente de redención, especialmente en la escena del costado traspasado, de donde nace la Iglesia, con los dos sacramentos del bautismo y de la Eucaristía. La consideración del nacimiento de la Iglesia y la presencia de María en la hora del nacimiento de la vida.
Quiero comentar una de ellas: la escena de la maternidad de María y el discípulo amado. Un episodio muy tierno y profundo. Contemplemos el importantísimo papel de María en la obra de salvación y su participación en el sufrimiento de su hijo, desde “hágase tu voluntad” hasta el momento de la crucifixión. Jesús se desprendió de todo, hasta entrega su madre y nos la encomienda como hijos.
Su testamento espiritual es darnos a su madre, diciendo: “Mujer, he aquí a tu hijo”. Pensemos que cada uno de nosotros es ese discípulo amado y que es hijo de María. Las palabras de Jesús constituyen una proclamación oficial, tiene la solemnidad de un acto sumamente importante. Es el momento del nacimiento de la vida. María es constituida madre del discípulo amado: “he ahí a tu madre”. Es una invitación a acoger a María como madre, es el pedido del Crucificado. Por eso, el evangelista añade: “y desde aquel momento el discípulo acogió a su madre en su casa”. Qué bueno que cada uno acoja a María en su intimidad, se la lleve consigo en las buenas y en las malas. Ella es tu madre, mi madre, nuestra madre.
Contemplemos otra escena significativa, cual es el costado traspasado del que mana sangre y agua. Miremos también la pasión y muerte desde la mirada del corazón. Juan cuenta con detalle cómo ese corazón es traspasado, todo un símbolo desde que brota la Iglesia. La sangre y el agua que brotan de él son símbolos de la Eucaristía y del Bautismo respectivamente.
En el momento de la preparación de la pascua, en el día en que se sacrificaban los corderos para la cena pascual, en el día viernes, porque el día siguiente es el sábado solemne, en ese día viernes, los soldados quiebran las piernas de los otros dos crucificados, y viendo que Jesús había ya muerto, uno de los soldados con la lanza traspasa el costado de Jesús, saliendo sangre y agua. El evangelista se encarga de subrayar la importancia del acto: “El que lo vio da testimonio. Su testimonio es verdadero, y aquel sabe que dice la verdad. Y da este testimonio para que también ustedes crean”.
A continuación, el evangelista explica lo que sucede, a partir de las Escrituras: “Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ni un solo hueso”. Se refiere al cordero pascual. Y la segunda mención se refiere a Cristo como Dios traspasado por los pecados del pueblo: “Contemplarán al que traspasaron”. Esta cita de Zacarías se refería a Dios y aquí se aplica a Jesucristo.
Los dos términos, sangre y agua su significado es amplio. Sin duda se trata del río de la redención y se relaciona al don del Espíritu Santo. La referencia al bautismo y a la Eucaristía hace nacer la Iglesia, como también la referencia a la realidad de la encarnación.
En el cuarto cántico del Siervo de Dios se habla del justo, rechazado. Es el anuncio de Jesús torturado en la Cruz por la salvación de todos.
En la carta a los hebreos se presenta a Jesús que compartió con la naturaleza humana todo, menos el pecado. Supo sufrir la desolación humana y su experiencia tan misteriosa con Dios, a quien llama Padre, experimenta el rechazo, asumiéndolo en obediencia hasta el final: “aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia” (Hb 5,8).
No nos quedemos sin contemplar la pasión de Jesús quien “soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores…
Frente al sufrimiento, contemplemos su entrega total y su obediencia hasta la muerte. Todo es gesto de amor pues él a la vez sacerdote y víctima.
La muerte de Jesús es motivo para contemplar y entender el misterio de la muerte en el mundo. Ahora, en tiempo de pandemia asistimos a una guerra de salud y de economía, con todas sus consecuencias: hambre, pobreza, marginación, pérdida de trabajo, enfermedades y muerte. Hablamos de la muerte social y de la muerte espiritual. Cuántos hermanos pobres y abandonados reciben solo la indiferencia. Cuántos muertos espirituales pero vivos como deambulantes, sin sentido en la vida, solo tal vez viven para sus intereses económicos, a costa de los bienes ajenos.
Nuestra mirada puede dirigirse a los varios protagonistas que están en el Calvario. Comenzando por el Crucificado, por su inmenso amor hacia cada uno de nosotros. Miremos a los dos crucificados que acompañan la Cruz de Cristo, uno insultando y el otro con fe conquista el paraíso. Pensemos en los crucificados de nuestro país, por su desesperación, por falta de medicamentos y auxilios indispensables, los crucificados que perdieron el trabajo y los trabajadores informales. Los crucificados por vivir el vacío de la existencia, engañándose a sí mismos con los objetos materiales que se convierten en sus ídolos. Y aquellos que siguen hoy torturando y matando, cuántas madres que jamás olvidarán que mataron a sus hijos en su vientre, cuántos drogadictos y alcohólicos deambulando angustiados, muriéndose lentamente con sus vicios. Pero, como san Dimas, el ladrón que conquistó el cielo nos abre la esperanza de la conversión y de la misericordia. Cuántas conversiones se realizan delante de la Cruz de Cristo.
Otros personajes del Calvario son motivo para reflejarnos en ellos, Caifás, Pedro, Judas, el centurión romano quien proclama la fe en el Hijo de Dios.
Miremos a Jesucristo, en su Cruz gloriosa, en sus brazos abrazándonos a todos con su amor y su perdón, en medio de su sufrimiento. Contemplemos su palabra: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. En la cruz encontramos el libro de la sabiduría, es la clave del misterio de la vida humana. Debemos pasar por el sufrimiento, para poder llegar un día, a la gloria que nos abre Jesucristo resucitado.
Para finalizar, poniéndonos como pecadores ante la Cruz de Jesucristo, preguntándonos: ¿Me doy cuenta que Jesús murió por mí, a causa mía, para mi salvación? ¿Con cuál de los personajes del Calvario me identifico?
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
+ Edmundo Valenzuela, sdb
Arzobispo Metropolitano
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