El Evangelio de hoy (cf. Juan 12, 20-33) cuenta un episodio sucedido en losú ltimos días de la vida de Jesús. Sucede en Jerusalén, donde Jesus se encuentra por la fiesta de la Pascua hebrea. Para la celebración, habían llegado también algunos griegos; ahi llegaron movidos por sentimientos religiosos, atraídos por la fe del pueblo hebreo y que, habiendo escuchado hablar de este gran profeta, se acercaron a Felipe, uno de los doce apóstoles y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús» (v. 21). Juan resalta esta frase, queremos ver, que en el pensamiento del evangelista significa ir más allá de las apariencias para recoger el misterio de una persona. El verbo que utiliza Juan, «ver» es llegar hasta el corazón, llegar con la vista, con la comprensión hasta lo íntimo de la persona, dentro de la persona.
La reacción de Jesús es sorprendente. Él no responde con un «sí» o con un «no», sino que dice: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre» (v. 23). Estas palabras, en realidad dan la verdadera respuesta, porque quien quiere conocer a Jesús debe mirar dentro de la cruz, donde se revela su gloria. Mirar dentro de la cruz. El Evangelio de hoy nos invita a dirigir nuestra mirada hacia el crucifijo, que no es un adorno o una prenda para vestir, o una prenda supersticiosa, sino que es un símbolo religioso para contemplar y comprender. En la imagen de Jesús crucificado se revela el misterio de la muerte del hijo como supremo acto de amor, fuente de vida y de salvación para la humanidad de todos los tiempos. En sus llagas fuimos
curados.
Puedo pensar como nos dice el Papa Francisco: «¿Cómo miras el crucifijo? ¿Como una obra de arte, para ver si es hermoso o no es hermoso? ¿O miro dentro, en las llagas de Jesús, hasta su corazón? Como la máxima expresión del amor de Jesús , que da la vida por mí?. No nos olvidemos de esto: mirad el crucifijo, pero miremos dentro. Y allí aprenderemos la gran sabiduría del misterio de Cristo, la gran sabiduría de la cruz.
Y para explicar el significado de su muerte y resurrección, Jesús explica con una imagen y dice «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (v. 24). Quiere hacer entender que su caso extremo —es decir, la cruz, muerte y resurrección— es un acto de fecundidad —sus llagas nos han curado—, una fecundidad que dará fruto para muchos. Así se compara a sí mismo con el grano de trigo que pudriéndose en la tierra genera nueva vida. Él debe también morir, para rescatar a los hombres de la esclavitud del pecado y darles una nueva vida reconciliada en el amor.
El ejemplo del grano de trigo, cumplido en Jesús, debe realizarse también en nosotros sus discípulos: estamos llamados a hacer nuestra esa ley pascual del perder la vida para recibirla nueva y eterna. ¿Y qué significa perder la vida? Es decir, ¿qué significa ser el grano de trigo? Significa pensar menos en sí mismos, en los intereses personales y saber «ver» e ir al encuentro de las necesidades de nuestro prójimo, especialmente de los últimos. Cumplir con alegría obras de caridad hacia los que sufren en el cuerpo y en el espíritu es el modo más auténtico de vivir el Evangelio, es el fundamento necesario para que nuestras comunidades crezcan en la fraternidad y en la acogida recíproca. Quiero ver a Jesús, pero verlo desde dentro. Entra en sus llagas y contempla ese amor en su corazón por ti, por ti, por ti, por mí, por
todos.
El pasado 7 de diciembre del 2023, el Papa Francisco, encontrándose con los miembros del Mov. de los Focolares para celebrar los 80 años, bromeando se preguntaba sobre un misterio ¡y de qué se ríen los focolarinos! Ciertamente fluye en sus corazones reflejado en sus rostros la alegría del Evangelio. Y el Papa sabe. Todo empezó durante la guerra, cuando el 7 de diciembre de 1943, en Trento, en plena Segunda Guerra Mundial y en vísperas de la Inmaculada Concepción, Chiara Lubich pronunció su “sí”, delante del crucifijo, entregándose totalmente al Señor. Y sigue la guerra, o mejor dicho, las muchas guerras que desgarran el planeta las que acompañan el 80 aniversario del nacimiento del Movimiento de los Focolares. Por eso el Papa, al recibir a la presidenta Margaret Karram (“La Cardenala”, dice con afecto), al copresidente, Jesús Morán, y a los demás miembros de la “Obra de María” les exhorta sobre todo a ser “testigos y constructores” de paz.
Hoy, desgraciadamente, el mundo sigue desgarrado por muchos conflictos y sigue necesitando artesanos de la fraternidad y de la paz entre los pueblos y las naciones. Chiara decía: “Ser amor y difundirlo es el fin general de la Obra de María”; y sabemos que sólo del amor nace el fruto de la paz.
El Papa Francisco indica a continuación algunas “actitudes importantes” para el camino futuro del Movimiento de los Focolares, además del compromiso por la paz: vivir el carisma con fidelidad dinámica, acoger los momentos de crisis como una oportunidad para madurar, coherencia y realismo.
En primer lugar, Francisco invita al Movimiento a “trabajar para que se realice cada vez más el sueño de una Iglesia plenamente sinodal y misionera”, partiendo de las comunidades “favoreciendo en ellas un estilo de participación y corresponsabilidad, también a nivel de gobierno”. La invitación es, pues, a difundir “un clima de escucha recíproca y de calor de familia, en el que nos respetemos y cuidemos los unos de los otros, con particular atención a los más débiles, a los más necesitados de apoyo”. Para ello, es importante tratar la comunicación y el diálogo sincero “de manera especial”, recomienda el Papa.
A continuación, pide “fidelidad al carisma”, sembrar “unidad” llevando el Evangelio y, sobre todo, estar vigilantes. Vigilantes contra la “insidia de la mundanidad espiritual” que “siempre acecha”. Recordemos que la incoherencia entre lo que decimos ser y lo que realmente somos es el peor antitestimonio: la incoherencia. “El remedio -sugiere el Pontífice- es volver siempre al Evangelio, raíz de nuestra fe y de vuestra historia: al Evangelio de la humildad, del servicio desinteresado, de la sencillez. El Paraguay necesita del fermento de este carisma, de este remedio, para trabajar la unidad la comunión, el amor, recíproco, como la medicina para curar las heridas y las discordias, de las
enemistades de lo muchos males que pueden matar la esperanza de
construir un Paraguay, verdaderamente de hermanos, de construir juntos la
Ciudad de Dios. Contribuir en el Paraguay la fraternidad nacional y
universal.
Que la Virgen María, que ha tenido siempre la mirada del corazón fija en su
Hijo, desde el pesebre de Belén hasta la cruz en el Calvario, nos ayude a
encontrarlo y conocerlo así como Él quiere, para que podamos vivir
iluminados por Él y llevar al mundo frutos de justicia y de paz.
+Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo me Metropolitano de Asuncion
17 de marzo de 2024
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