Asunción 6 de diciembre del 2021

Homilía en el novenario de Caacupé

El laico en la búsqueda del bien común, en la defensa de la dignidad humana

Queridos hermanos y hermanas en Cristo Nuestro Señor, amados por nuestra Madre, la Inmaculada Concepción, la Virgencita de Caacupé.

Comienzo comentando el evangelio. El paralítico llevado junto a Jesús es una de las imágenes del hombre actual. Los que hoy llevan a Jesús son los catequistas, los padres de familia, los educadores, los amigos. Buscan el bien del paralítico. Ofrecen todos sus medios, su estrategia y su tiempo para que Jesús realice el milagro de la sanación espiritual y física. El que hoy es llevado a Jesús es porque vive en la enfermedad, en la máxima indigencia espiritual, en el sufrimiento del pecado, de la soledad y de la pobreza material y espiritual. Podemos comparar a nuestra sociedad enferma, saturada de corrupción, mentira e ideologías. La dignidad humana, en estas situaciones, está amenazada, disminuida, hace falta recuperarla. Solo el Señor Jesús, mediante su Iglesia, tiene el poder de sanarla, de arrancarla de los lazos de muerte, violencia y corrupción y restituirlo en su ser personal y social, ofreciéndole el bien, el Reinado de Dios que trae salud física y el perdón de los pecados.

La intervención de Jesús, según el evangelio proclamado, es sorprendente. “Tus pecados están perdonados”. ¿Quién puede perdonar la interioridad destruida del hombre? ¿Quién puede conocer su conciencia sino solo Dios? El pecado no es cualquier falta. Es más bien el rechazo de una exigencia divina. Los sacerdotes judíos de entonces solo podían ofrecer sacrificios por los pecados y rezar a Dios para que los aceptara. El actuar divino y humano de Jesús manifiesta la conciencia de sí mismo, es el Dios hecho hombre para sanar y perdonar el pecado del mundo. El gesto de Jesús sigue repitiéndose a través de la historia, es una acción salvadora, que el paralítico – que somos nosotros – recupere la vida, su dignidad humana y se convierta en protagonista del bien común, gracias al amor misericordioso de Jesús, la imagen de la misericordia del Padre.

Este breve texto nos introduce al tema del día de hoy: El laico en la búsqueda del bien común, en la defensa de la dignidad humana.

  1. Comenzaré presentando el perfil del laico.

Muchos laicos se sienten seguros trabajando en las instituciones eclesiales. Con este tema social, están invitados a gestionar los asuntos temporales y ordenándolos a Dios. Por su bautismo, son injertados en Cristo y hechos partícipes de su vida y de su misión. Al participar del Pueblo de Dios por el bautismo ejercen la función sacerdotal, profética y real de Cristo. Por tanto, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo de Dios todas las cuestiones sociales, políticas, económicas, culturales.

La tarea del laico nace y se alimenta en los sacramentos: del bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. En el bautismo configura con Cristo, Hijo del Padre y primogénito de toda criatura, Maestro y Redentor de los hombres. La confirmación configura con Cristo, enviado a vivificar la creación y cada ser con la efusión de su Espíritu. La Eucaristía hace al fiel laico creyente partícipe del único y perfecto sacrificio al Padre, en su carne, para la salvación del mundo.

Es tarea propia del fiel laico anunciar el evangelio con el testimonio de una vida ejemplar, enraizada y vivida en las realidades temporales: la familia, el compromiso profesional en el ámbito del trabajo, la cultura, la ciencia, en el ejercicio de las responsabilidades sociales, económicas y políticas.

Ese testimonio del fiel laico nace de un don de la gracia, reconocido, cultivado y llevado a madurez. De esta forma vive su vocación humana, abierta a la trascendencia, al fin último, a la vocación eterna.

  1. Hablemos de la dignidad humana

¿Qué es la dignidad humana?

Hablamos de dignidad humana significando que un individuo siente respeto por sí mismo y se valora al mismo tiempo que es respetado y valorado. Implica la necesidad de que todos los seres humanos sean tratados en un pie de igualdad y que puedan gozar de los derechos fundamentales que de ellos derivan. La persona que se comporte con respeto ante la sociedad merece respeto. Una persona que tenga moderados sus comportamientos nadie nunca le faltara los respetos. Una persona que respete los derechos de los demás individuos se le concederá el respeto de los mismos.

Sabemos que todos los hombres nacen con la dignidad humana. Al relacionarse con las personas y su comportamiento en la sociedad, se afirma la dignidad moral. Lo bueno es que la dignidad deba de ser efectiva y real, es decir, que se reciba de parte de los otros. El otro es tan digno como yo. Por eso, el respeto y el reconocimiento de sí mismo y del otro como persona, afirman la igualdad y universalidad de la dignidad humana: todos los hombres y mujeres merecen ser respetados y valorados tal como son.

¿Qué nos dice la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia de la dignidad humana?

Cada hombre es la imagen viva de Dios mismo. Imagen que debe descubrir cada vez más profundamente, su plan razón de ser en el misterio de Cristo, Imagen perfecta de Dios, Revelador de Dios al hombre y del hombre a sí mismo.

La revelación cristiana proyecta una luz nueva sobre la identidad, la vocación y el destino último de la persona y del género humano. La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando sus múltiples actividades en el mundo. El obrar humano, cuando tiende a promover la dignidad y la vocación integral de la persona, la calidad de sus condiciones de existencia, el encuentro y la solidaridad de los pueblos y de las Naciones, es conforme al designio de Dios, que nunca deja de mostrar su amor y su providencia para con sus hijos. De ahí el carácter trascendente de la persona humana.

Entonces nace la centralidad de la persona humana. Y de toda persona, sin ninguna distinción… El hombre no es algo, un objeto pasivo de la vida social, sino que es alguien, sujeto activo de la vida social, es su fundamento y su fin. La inviolabilidad es esencial a la dignidad humana. Esa semejanza con Dios revela que todo hombre está constitutivamente relacionado con Él de modo más profundo. Debido a esta relación del hombre con Dios, se descubre la dimensión relacional y social de la naturaleza humana. Dios hizo a la naturaleza humana como hombre y como mujer (Gn 1,17). En el otro, varón y mujer, Dios mismo se refleja. Hombre y mujer de la misma dignidad y son de igual valor. No solo por ser imagen de Dios sino por el dinamismo de reciprocidad que anima el “nosotros” de la pareja humana, es imagen de Dios. Ambos, varón y mujer, en relación con los demás son, ante todo, custodios de sus vidas: la vida del hombre es sagrada e inviolable.

Esta admirable obra de Dios de la dignidad humana, está también marcada por el pecado de los orígenes. Hay una herida en lo íntimo del hombre, un acto de separación de Dios, una alienación, es decir, una división del hombre no solo de Dios, sino también de sí mismo, de los demás y del mundo circundante. A todo esto, llamamos “pecado”, ruptura que afecta al ser personal y al ser social. Su consecuencia son las estructuras de pecado, comenzando por los pecados personales, relacionados con los actos concretos de las personas, que las originan, las consolidan, y las hacen difíciles de eliminar. Es el pecado que opaca la dignidad humana, que rompe las relaciones con Dios, con los hermanos y consigo mismo.

Este realismo del pecado lo vemos a la luz de la esperanza, donada por la acción redentora de Jesucristo, que ha destruido el pecado y la muerte. Jesucristo, mediante su Espíritu, nos ofrece la comunión con el Dios trinitario hacia la que los hombres están orientados en lo profundo de su ser, gracias a su semejanza creatural con Dios. Por medio de Cristo participamos de la naturaleza divina que nos dona más allá de lo que podemos pedir o pensar (EF 3,20). Comprendemos, pues, que la Iglesia es portadora, mediante la evangelización y los sacramentos, de la sanación y purificación de la corrupción invadida en que nos encontramos.

Se trata de la defensa de la dignidad humana

Todas las estructuras sociales, económicas, políticas, culturales, religiosas están para defender la dignidad de toda persona humana. A nivel civil, la misma Constitución Nacional, las leyes y todas las disposiciones jurídicas de nuestro país están para defender, proteger, promover la persona humana y su dignidad.

A nivel eclesial, la misma Iglesia, por mandato de Jesucristo está para servir a la persona humana, buscando su realización como hijo de Dios, ofreciéndole los medios de santificación para lograr su salvación eterna.

La pregunta que nos hacemos: ¿Cómo es que se dan la violación y el atropello a la dignidad humana, si es que toda la sociedad y la misma Iglesia están para ese servicio primordial? Hoy usamos la palabra “corrupción” para sintetizar varios pecados de violencia, injusticia, desigualdad, opresión, manipulación…tan potentes que actúa en nuestro país, en los gobernantes y gobernados. Los atropellos a la mujer, a los niños abusados, a la misma naturaleza del hombre, creado por Dios como varón y como mujer. Las ideologías de género son también atropello a la dignidad de la persona humana. Y podemos seguir citando varios otros atropellos, de los que la comunicación social diaria nos presenta. Así existen personas, grupos instituciones, organizaciones diversas que están solo para destruir la dignidad humana: violadores, explotadores, narcotraficantes, contrabandistas…muchos políticos y tal vez empresarios… están lamentablemente detrás de estos hechos sometiéndola a sus intereses.

¿Quién o quiénes nos liberarán de esta oscuridad moral en que fuimos a caer como país? ¿Quiénes defienden valerosamente la persona humana, desde su concepción hasta su muerte natural? ¿Y a lo largo de su vida, para realizarla en la justicia, la solidaridad, en el amor y en la paz?

Este campo es parte de la tarea de los laicos, la defensa de la dignidad humana, de la familia, del trabajo y la vivienda, la promoción de la educación y la cultura, la defensa de la casa común. Porque todo está relacionado, nuestro mundo es un gran engranaje del que tomamos conciencia en este tiempo de la globalización. ¿Cómo superaremos todo atropello a la dignidad humana? Es la hora de organizarnos mejor, purificar nuestras instituciones políticas, sociales, económicas, religiosas para que toda persona humana sea defendida en su dignidad. No al aborto, no a la eutanasia. No al trabajo sin salario justo. No a la explotación de tratas de personas. No a la violencia hacia la mujer, a los niños y adolescentes, muchos de ellos abandonados y en la calle. No a la violencia contra los pobres, los campesinos, los indígenas…No violentemos la verdad haciéndola parecer mentira, ni el mal disfrazándola de bien.

Aceptar la dignidad de los malhechores y violadores es tarea más difícil, para todos, sea para el Estado como para la Iglesia. Jesucristo vino no para los justos, sino para los pecadores. ¿Qué programas disponemos para la dignificación de todo ese mundo que vive en sombras de muerte, de violencia y de injusticias?

Debemos ser atentos y cordiales con las otras personas, reconociéndoles como hermano, hermana, “Fratelli tutti” nos dice el Papa Francisco, todos somos hermanos, aunque seamos pecadores…

  1. La búsqueda del bien común

El bien común se define como aquello de lo que se benefician todos los ciudadanos o como los sistemas sociales, instituciones y medios socioeconómicos de los cuales todos dependemos que funcionen de manera que beneficien a toda la gente.

¿Qué nos dice la doctrina social de la Iglesia sobre el bien común?

Las exigencias del bien común están estrechamente vinculadas a la promoción de la persona y al reconocimiento, promoción y garantía de sus derechos fundamentales. Estas exigencias se refieren, ante todo, al compromiso por la paz, la organización de los poderes del Estado, a la existencia de un sólido ordenamiento jurídico, la salvaguardia del ambiente, a la prestación de los servicios esenciales de las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, vivienda, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de informaciones y tutela de la libertad religiosa. Todo ello, sin olvidar el deber de las naciones en la edificación de relaciones de cooperación internacional al servicio de la promoción del bien común universal” (DSI, 166).

El bien común no es un fin en sí mismo; su valor está en función de los fines últimos de la persona y del bien común universal de la entera creación. (DSI, 170).

¿Qué se opone al bien común? Menciono algunos pecados que se califican como pecados sociales: Es social todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones entre persona y persona, entre la persona y la comunidad, y entre la comunidad y la persona. Es social todo pecado contra los derechos de la persona humana, comenzando por el derecho a la vida, incluido el del no-nacido, o contra la integridad física de alguien; todo pecado contra la libertad de los demás, especialmente contra la libertad de creer en Dios y de adorarlo; todo pecado contra la dignidad y el honor del prójimo. Es social todo pecado contra el bien común y contra sus exigencias, en toda la amplia esfera de los derechos y deberes de los ciudadanos. En fin, es social el pecado que «se refiere a las relaciones entre las distintas comunidades humanas. Estas relaciones no están siempre en sintonía con el designio de Dios, que quiere en el mundo justicia, libertad y paz entre los individuos, los grupos y los pueblos (DSI 118).

Quiero compartir con ustedes dos instituciones de bien común

Primero, la familia: Con la labor educativa, la familia forma al hombre en la plenitud de su dignidad. La familia constituye «una comunidad de amor y de solidaridad que es en modo único apta para enseñar y transmitir valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y el bienestar de sus mismos miembros y de la sociedad». La familia contribuye al bien común y constituye la primera escuela de virtudes sociales de la que todas las sociedades tienen necesidad, ayuda a que las personas desarrollen su libertad y su responsabilidad, necesarios para ser ciudadanos libres, honestos y responsables” (DSI, 238).

Todo gesto de solidaridad es signo de trabajar por el bien común: es la exigencia moral que se encuentra en todas las relaciones humanas. Es el principio social ordenador de las instituciones, según el cual «las estructuras de pecado», que dominan las relaciones entre las personas y los pueblos, deben ser superadas y transformadas en estructuras de solidaridad, mediante la creación o la oportuna modificación de leyes, reglas del mercado, ordenamientos.

Segundo, el Estado y el bien común: Su tarea fundamental en el ámbito económico es la de definir un marco jurídico adecuado para regular las relaciones económicas, promoviendo el bien común, disponiendo y practicando una política económica que favorezca la participación de todos sus ciudadanos en las actividades productivas, en el equilibrio entre libertad privada y acción pública, entendida tanto como intervención directa en economía, como actividad de apoyo para el desarrollo económico. También la política, al igual que la economía, se rigen por la ética y las normas morales. El objetivo de fondo será el de guiar estos procesos asegurando el respeto de la dignidad del hombre y el desarrollo completo de su personalidad, en el horizonte del bien común.

En fin, todas las estructuras sociales, económicas, políticas, culturales, religiosas del país junto con la evangelización que realiza la Iglesia, en especial, los fieles laicos, están para promover el bien común. Cada acto realizado por el bien de las personas, de la familia, de los pobres, de los indígenas, de los campesinos, de los que sufren y viven en la marginación, es un acto beneficioso y es bendecido por Dios y por las personas necesitadas.

Algunos ejemplos de personas, instituciones, organizaciones que realizan el bien común, solo como botón de muestra.

Durante la pandemia, cuántas organizaciones civiles asumieron la tarea de dar de comer a los que perdieron el trabajo, con las ollas comunitarias. Nuestra Pastoral Social de la Arquidiócesis, y creo de todas las diócesis, con los comedores sociales, dándoles no solo el pan necesario sino también la Palabra de Dios, la oración y el amor fraterno.

El gesto de consagración a la Virgen de Caacupé pidiendo que los reclusos de las penitenciarías del país no se contagien ni mueran del contagio del COVID-19. Admirable es esa fe de la Ministra de justicia en la búsqueda del bien común.

Muchos servicios se destacan por promover el bien común, sean autoridades nacionales, empresas, asociaciones o grupos sociales. Me impresiona la tarea de construir viviendas populares realizada por su Ministro. ¡Cuánto bien han hecho los viaductos facilitando llegar a tiempo al trabajo! Dígase lo mismo de los que realizan servicios al pueblo, el cuidado de la salud pública, la educación escolar para todos, pavimentación de las rutas, mejora de la economía, la producción de más riquezas mediante el trabajo de empresas, de agricultura familiar, de cooperativas y de servicios múltiples a la sociedad. Así es el programa, “Un Techo para mi país” o el puente que une ciudades, en el ejemplo de Pinasco y Casado, en el Chaco. Tenemos miles de ejemplos de instituciones protagonizando obras de bien común, tarea que la comunicación social nos debería dar a conocer mucho más.

El “Pequeño Cottolengo” de Mariano Roque Alonso para los discapacitados, a cargo de los Padres Orionitas y de los voluntarios que sostienen esa obra. Así obras para drogadictos como la “Fazenda”, la “Comunidad Cenáculo de Areguá” y miles de voluntarios para apoyar y sostener obras de caridad con los pobres, enfermos, niños de la calle, madres embarazadas, solteras, obras educativas en los barrios marginales como son las escuelas parroquiales…

Los simples trabajadores diarios que en colectivo vienen desde lejos, empleando 2 a 4 horas diarias, trabajan para el bien común, consiguiéndose el pan de cada día. A todos, felicitaciones por su trabajo, hecho no solo por obligación, sino por amor al prójimo, al país, a Dios.

Conclusión

Los laicos que trabajan en la viña del Señor tienen la índole secular en su seguimiento de Cristo, y se realiza precisamente en todas estas realidades de nuestro país, buscando el Reino de Dios, ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. (DSI, 541).

El fiel laico, discípulo de Cristo realiza el triple «munus» (don y tarea), que califica al laico como profeta, sacerdote y rey, según su índole secular.

El año dedicado al Laicado, nos orienta a trabajar por la dignidad humana, sobre todo, en situaciones amenazadas por la violencia, la pobreza y la explotación. El deber de la defensa de la dignidad humana y la búsqueda y promoción del bien común es tarea de todos, ciudadanos cristianos, abiertos a los fines últimos de la persona y del bien común universal de la entera creación.

El tiempo de la globalización nos abre nuevos desafíos para promover la formación integral de la persona humana, de la familia, del matrimonio de varón y mujer, en lo que se refiere a la salud, educación, vivienda, trabajo, tiempo libre, comunicación social, deporte, vida cristiana de fe, esperanza y caridad mediante la evangelización de la cultura…además de los medios tecnológicos…y culturales. Nadie quede sin vivir su dignidad humana ni sin construir el bien común a su alrededor.

Encomendamos a San José, varón valiente que acompañó a su esposa la Virgen María en el cuidado y la protección del Niño Jesús, en quien encontramos la auténtica imagen y semejanza de Dios. Que la Inmaculada concepción de María Santísima acompañe toda tarea de los fieles laicos en defensa de la dignidad humana y en la promoción del bien común.

 

+ Edmundo Valenzuela, sdb

Arzobispo Metropolitano de Asunción